25 de marzo de 2013

Argentina en la América del Sur: la integración demográfica.




Los que estamos comprometidos con el ideal, y el proceso en curso, de la unidad de nuestra América, a menudo debemos confrontar el cuestionamiento, no de los que se oponen – pocos lo hacen abiertamente – sino de los que consideran que es algo que existe más en la retórica de los discursos que en la realidad.
Y esto, a pesar que los hechos políticos, diplomáticos, jurídicos, económicos – que tratamos de reflejar, aunque sea en una pequeña parte, en nuestro blog y la página en Facebook – se imponen con elocuencia. Este escepticismo casi inconsciente creemos que tiene su origen, al menos en Argentina, en el mito del origen europeo de buena parte de nuestra población – las grandes inmigraciones de fines del siglo XIX y comienzos del XX - que, de algún modo, lo haría distinto del resto de la mayor parte de Latinoamérica.
Es irónico, pero hay un proceso demográfico en marcha que contribuirá a modificar este mito. Y, tal vez lo más importante, es que – al contrario del lamentable espectáculo que ofrece en este campo Europa - se desarrolla con la buena disposición del gobierno argentino y con la fácil integración que admite nuestra sociedad.
Ya hace tres años Rogelio Galliano, un amigo del Foro, publicaba en El blog de Abel, el siguiente texto informativo http://abelfer.wordpress.com/2010/05/12/una-argentina-que-crece-desde-el-norte/ :

Entre los factores permanentes del destino de un país el más determinante es la población.

El censo nacional argentino registra una población de 40 millones de habitantes. Se estima que en la última década inmigraron a Argentina más de 2 millones de personas originarias de países limítrofes (es decir, más del 5% de la población total previa).
Cualquiera que transite por “los archipiélagos suburbanos” podrá enriquecer los números anteriores con infinidad de anécdotas y detalles característicos. No sólo en los suburbios del Gran Buenos Aires sino en la totalidad de las capitales, ciudades y pueblos importantes de cualquier provincia argentina. Y en muchos casos comprobará que entre las comunidades de países limítrofes están los grupos humanos que tienen mayor dinamismo y pujanza.

En agosto de 2009 fui testigo de una nutrida marcha de UOCRA, el sindicato de los obreros de la construcción, en La Plata, la capital de la Provincia de Buenos Aires. Iban a la gobernación a reclamar la continuidad del plan de obras públicas luego de las elecciones de junio. La columna estaba encabezada por cuatro abanderados, uno con la bandera argentina y tres con sendas banderas bolivianas.
Por momentos parece como si estuviéramos ante una “nueva inmigración” que recién comienza y es comparable a la de fines del siglo XIX y principios del XX.

Un hecho concreto

Entre los años 2001 y 2005 la superficie cultivada bajo invernáculo dedicada a la producción de lechuga creció el 624%, la de espinaca el 153% y la de acelga pasó de 4 a 229 has. Todos estos incrementos en el cinturón hortícola del Gran Buenos Aires).

¿Cómo se explica esta expansión?
En buena medida se explica por la llegada de numerosos contingentes de inmigrantes bolivianos que poco a poco han tomado la posta de los tradicionales horticultores italianos y portugueses.

¿Cuál es la secuencia jurídico-política reciente que ayuda a este fenómeno?

Año 2002: Libre residencia

El marco legal que acelera la llegada de los inmigrantes limítrofes comienza con los tratados firmados en 2002 por los países del MERCOSUR más Bolivia y Chile para reconocer el derecho a la libre residencia y trabajo de los ciudadanos de cada país firmante en cualquiera de los otros.

Año 2003: Ley de migraciones
Continúa con la ley de migraciones nº 25.871 de fines de 2003 que reconoce el derecho a residir y trabajar libremente a los ciudadanos de los países limítrofes.

Año 2006: Plan Patria Grande

En el año 2006 el gobierno nacional puso en marcha el Plan Patria Grande con el fin de conceder la residencia a los inmigrantes provenientes de países fronterizos más Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, que estuvieran residiendo en Argentina en condición irregular.  Entre 2006 y 2008 se extendieron más de 700 mil documentos equivalentes a la mitad de los inmigrantes del censo de población 2001.  En la actualidad habitan en Argentina más de 2 millones de inmigrantes registrados que, proporcionalmente, suman el 5,5 % de la población total actual. El gobierno boliviano estima que incluyendo a los residentes todavía no regularizados son dos millones sus connacionales que habitan hoy en Argentina.

Los inmigrantes que provienen de países limítrofes (aprox. 60% del total de inmigrantes residentes en Argentina) se reparten según las siguientes proporciones:
Paraguayos     21,22%
Bolivianos       15,24%
Chilenos          13,87%
Uruguayos        7,67%
Brasileños         2,27%

Habida cuenta que hace poco menos de cien años el censo de población de 1914 registró un total de 7.903.662 habitantes y que las estimaciones previas al próximo censo de población 2010 – que se realizará en octubre próximo – esperan unos 40.000.000 de habitantes, no hay dudas que en el plano demográfico y de políticas de población también se observan signos de vitalidad nacional.

La hospitalidad como estrategia de integración sudamericana

Al poner atención en el tema se ve con claridad que una forma efectiva – antes que retórica – de concretar la “integración sudamericana” es con la práctica efectiva de la hospitalidad. En la primera década del milenio la comunidad nacional argentina acogió en su seno más de 1 millón de inmigrantes regulares y con plenos derechos de residencia y trabajo.

Foro San Martín.

18 de marzo de 2013

Leonardo Boff abraza a Francisco.



Leonardo Boff, brasileño, franciscano y fundador de la Teología de la Liberación abraza a Francisco y a su proyecto de Iglesia, pobre, sencilla, evangélica, en un mensaje publicado en su blog www.leonardoboff.wordpress.com
Aun cuando su mensaje tiene un error acerca de donde están hoy los más pobres del mundo, y omite la lucha de Juan Pablo II y Benedicto XVI contra las dos cabezas del sistema mundial que condenó a dos tercios de la humanidad  a la muerte civil, su mensaje es fuerte, claro y sencillo para los que siguen tambores de los que están en contra de los pueblos.

Leonardo Boff

En las redes sociales había anunciado que el futuro Papa se llamaría Francisco. Y no me equivoqué. ¿Por qué Francisco? Porque San Francisco comenzó su conversión al oír el Crucifijo de la capilla de San Damián decirle: “Francisco, ve y restaura mi casa, mira que está en ruinas” (San Buenaventura, Leyenda Mayor II, 1).
Francisco tomó al pie de la letra estas palabras y reconstruyó la iglesita de la Porciúncula, en Asís que aún existe en el interior de una inmensa catedral. Después  se dio cuenta de que era algo espiritual restaurar la «Iglesia que Cristo rescató con su sangre» (ibid.). Fue entonces cuando comenzó su movimiento de renovación de la Iglesia, presidida por el Papa más poderoso de la historia, Inocencio III. Comenzó a vivir con los  leprosos y del brazo de uno de ello iba por los caminos predicando el evangelio en lengua popular y no en latín.
Es bueno saber que Francisco nunca fue sacerdote sino laico solamente. Sólo al final de la vida, cuando los Papas prohibieron a los laicos a predicar, aceptó ser diácono a  condición de no recibir ningún tipo de remuneración por el cargo.

Francisco con su pueblo, a la salida de Santa Maria Maggiore, hace tres días. 

¿Por qué el Cardenal Jorge Mario Bergoglio eligió el nombre de Francisco? Creo que fue porque se dio cuenta de que la Iglesia está en ruinas por la desmoralización de los diversos escándalos que afectaron lo más precioso que ella tenía: la moral y la credibilidad.
Francisco no es un nombre, es un proyecto de la Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y desprovista de todo poder. Es una Iglesia que anda por los caminos junto con los últimos, que crea las primeras comunidades de hermanos que rezan el breviario bajo los árboles con los pajaritos. Es una Iglesia ecológica que llama a todos los seres con las dulces palabras de «hermanos y hermanas». Francisco fue obediente a la Iglesia y a los papas y al mismo tiempo siguió su propio camino con el evangelio de la pobreza en la mano. Entonces escribió el teólogo Joseph Ratzinger: «El no de Francisco a ese tipo  de Iglesia no podía ser más radical, es lo que podríamos llamar una protesta profética» (en Zeit Jesu, Herder 1970, 269). Francisco no habla, simplemente inaugura lo nuevo.
Creo que el Papa Francisco tiene en mente una iglesia fuera de los palacios y de los símbolos del poder. Lo mostró al aparecer en público. Normalmente los Papas y Ratzinger principalmente ponían sobre los hombros la muceta, esa capita corta bordada en oro que sólo los emperadores podían usar. El Papa Francisco llegó sólo vestido de blanco. En su discurso inaugural se destacan tres puntos, de gran significado simbólico.
El primero: dijo que quiere «presidir en la caridad», algo que desde la Reforma y en los mejores teólogos del ecumenismo se pedía. El Papa no debe presidir como un monarca absoluto, revestido de poder sagrado como prevé la ley canónica. Según Jesús, debe presidir en el amor y fortalecer la fe de los hermanos y hermanas.
El segundo: dio centralidad al Pueblo de Dios, como destaca el Concilio Vaticano II, pero dejada de lado por los dos papas anteriores a favor de la jerarquía. El Papa Francisco pide humildemente al pueblo de Dios que rece por él y lo bendiga. Sólo después él bendecirá al pueblo de Dios. Esto significa que él está allí para servir y no para ser servido. Pide que le ayuden a construir un camino juntos  y clama por fraternidad pata toda la humanidad, donde los seres humanos no se reconocen como hermanos y hermanas sino atados a las fuerzas de la economía.
Por último, evita todo espectáculo de la figura del Papa. No extendió ambos brazos para saludar a la gente. Se quedó inmóvil, serio y sobrio, yo diría, casi asustado. Solamente se veía una figura blanca que saludaba con cariño a la gente. Pero irradiaba paz y confianza. Usó el humor hablando sin una retórica oficialista, como un pastor habla a sus fieles.
Vale la pena mencionar que es un Papa que viene del Gran Sur, donde están los más pobres de la humanidad y donde vive el 60% de los católicos. Con su experiencia como pastor, con una nueva visión de las cosas, desde abajo, podrá reformar la Curia, descentralizar la administración y dar un rostro nuevo y creíble a la Iglesia.
Leonardo Boff es autor de San Francisco de Asís: ternura y vigor, Sal Terrae, 1995.


Foro San Martín.

14 de marzo de 2013

Francisco, el Papa de la Iglesia de los pobres, los desheredados, los excluidos.

El Papa Francisco se inclina ante el pueblo reunido en la Plaza, al que acaba de pedir “oren
 para que Dios me bendiga”

Ante la elección de Francisco I, un Papa nacido en nuestra América, nuestro coforista y compañero, Humberto Podetti, ha escrito este texto que queremos compartir.

Luego de los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI que enfrentaron al sistema bipolar/unipolar que dirige el mundo en contra de los pueblos, la Iglesia Católica eligió un Papa de América Latina para conducirla en el inicio del proceso de construcción de una nueva etapa histórica.

El Cardenal villero llegó a Roma como ha sido su vida de pastor, con la sencillez y humildad de quien se ha dedicado a servir a los otros, a todos los otros. Y cuando lo eligieron como Papa tomó el nombre de Francisco, el santo que transformó la Iglesia Católica en el Siglo XIII. Sin tiara, ni báculo, ni estola, ni cruz dorada, sólo con sotana blanca y su vieja cruz de obispo se presentó ante el pueblo. “Fueron a buscarme casi al fin del mundo” dijo a la multitud universal reunida en la Plaza. Esa multitud que expresó a las multitudes reunidas en todos los rincones del mundo desde los primeros años de este siglo para exigir justicia y dignidad para todas las personas sin exclusiones y que esta vez cantaba y gritaba alegría y esperanza. Y entonces, antes de bendecirlos y bendecir a todos los pueblos del mundo, pidió a la multitud que orara por él a Dios y se inclinó ante el pueblo reunido, en silencio. El Papa llegado casi del fin mundo inició su papado invitando sin palabras a todos los hombres y mujeres de buena voluntad sobre la Tierra a iniciar de nuevo el mundo, poniendo primero a los últimos en el reparto del poder, los bienes y el conocimiento.

Francisco es jesuita. De la orden de los que con su misma humildad sirvieron al pueblo guaraní en la construcción de esas sociedades modelo que fueron las Misiones y mostraron al mundo que era posible la comunidad organizada. Un jesuita que tomó el nombre del fundador de los franciscanos, el Santo de Asís que dijo a sus seguidores “vivan sin nada propio”. Los signos son claros: la Iglesia Católica tiene un Papa humilde y austero, sereno y alegre en la reunión con su pueblo, que viene de la orden de los constructores de nuevas sociedades.

Pero Francisco, además, es un pastor comprometido con la unidad latinoamericana. En el prólogo que escribió para un libro en 2005 dijo “la realidad latinoamericana  está ante una nueva fase histórica que se ha abierto hacia finales del siglo XX y que se está desplegando en la actualidad… Esta es una hora para educadores y constructores…de pasión por la vida y el destino de los pueblos latinoamericanos, una pasión que alimenta la inteligencia serena para afrontar las cuestiones cruciales del presente, en camino hacia su próximo futuro. En las próximas dos décadas América Latina  se jugará el protagonismo en las grandes batallas que se perfilan en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes…Ante todo se trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería un callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales…América Latina puede y tiene que confrontarse, desde sus propios intereses e ideales, con las exigencias y retos de la globalización y los nuevos escenarios de la dramática convivencia mundial…Nada de sólido y duradero podrá obtenerse si no viene forjado a través de una vasta tarea de educación, movilización y participación constructiva de los pueblos –o sea, de las personas y las familias, de las más diversas comunidades y asociaciones, de una comunidad organizada- que ponga en movimiento los mejores recursos de humanidad que vienen de nuestra tradición y que sumen las grandes convergencias populares y nacionales en torno a contenidos ideales y metas estratégicas para el bien común…Ello conlleva ampliar las perspectivas analíticas y proyectuales para abrazar todos los factores en juego de esa originalidad histórico cultural que llamamos América Latina…aquí se da un germen de nueva creación en un mundo desgarrado….”.

Y en el prólogo que escribió para otro libro en 2007 agregó  estamos en “un momento en el que América Latina requiere justamente de una autoconciencia renovada, que sea capaz de asumir íntegramente su propia condición, sus particulares necesidades, para sólo desde allí producir sus nuevas y propias respuestas históricas…debemos pensar desde nuestra propia y singular realidad, no en función de escuelas o categorías adoptadas…debemos hacer una cabal y creciente apropiación del pensamiento clásico… para que nuestro propio pensamiento pueda desplegarse con vocación universal…para hacer desde América nuestra propia revisión de la historia porque la irrupción de América en la historia es el hecho fundamental de la modernidad, pues da lugar al surgimiento de la historia universal”.

La Iglesia Católica es la primera institución universal que ha puesto al mando a un latinoamericano, del sur de América, argentino. Comprometido con los pueblos del mundo, crítico con su conducta y su testimonio de los poderosos, de la injusta distribución de la riqueza y del conocimiento. Un Papa venido casi del fin del mundo para un nuevo comienzo del mundo.

 Humberto Podetti ( Foro San Martín).
 

10 de marzo de 2013

Chávez y la historia latinoamericana.

Bolivar y San Martín


Para ayudar a dimensionar la figura del líder venezolano y su aporte a dotar el impulso revolucionario de una autenticidad americana, acercamos a los lectores del Foro San Martín esta interpretación de Federico Vázquez, un joven y talentoso escritor argentino.

Hugo Chávez logró construir una historia propia de América Latina desde sus propias fuentes y pensadores, poniendo en tensión la tradición de izquieras del siglo XX para convertirlas en algo nuevo. Fue un líder inédito, que reinvindicó la historia previa para de esa manera dar cuenta del desafío que tiene América Latina en el futuro cercano, el de la desigualdad.

La muerte de un líder político de la envergadura de Chávez hace que el debate sobre su figura, sobre su legado, se toque con la palabra “historia”. En el caso de Chávez esta cercanía es particularmente intensa, porque gran parte de su discurso, de su evocación política -el bolivarianismo- se desarrolló como un rescate, como una lectura del pasado venezolano y latinoamericano. Chávez y el chavismo fueron históricos, no sólo por la evidente huella que trazaron en el mapa político, social y económico de la región, sino también porque funcionaron (funcionan) como catalizadores de un pasado continental.

Hugo Chávez


Corría el año 1994 y un joven coronel, delgadísimo y con corte de pelo marcial había salido de prisión después de un intento de insurrección militar dos años antes. Lo primero que hace Hugo Chávez cuando recibe el indulto que lo deja en libertad es viajar a la Habana, donde Fidel Castro lo recibe con honores y lo deja exponer largamente en la Universidad. En el resto del continente Chávez es una figura desconocida o aún peor: apenas un pichón de golpista en medio de democracias que querían olvidar el trauma de las dictaduras.

En esa visita, donde Chávez se define como un “revolucionario”, habla de Cuba como un “bastión” que debía defenderse, pero al mismo tiempo dibujaba una tradición histórica-política propia, independizada del altar marxista clásico. Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora (nombres que Chávez repetiría permanentemente como guías de su pensamiento) reemplazan ahora a los nombres de la izquierda internacionalista del siglo XX.

Es un cambio rotundo, que no se explica sólo por las lecturas apasionadas de los héroes nacionales que el futuro Presidente de Venezuela hacía desde sus años de cadete militar. El cambio tiene mucho que ver con algo que a mediados de la década del noventa era todavía un hecho reciente: el fin de la guerra fría, y de un orden ideológico mundial y, de allí, la necesidad de buscar en cada terruño país las causas y consecuencias del presente. Es decir, construir una historia propia.

Bucear en el siglo XIX se volvió una forma de procesar la derrota de los proyectos emancipadores del siglo XX. Bolívar permite volver sobre el punto cero de la integración continental, que durante todo el siglo XX se mostraría como un proyecto imposible, ilusorio.

Volver a esas fuentes fue (y es) interesante, porque esa búsqueda histórica es un aprendizaje que de una manera u otra desemboca en los nudos que ataron al continente a la dependencia, primero, y lo condenaron a la desigualdad, después. Con toda la liturgia a cuestas y las exageraciones casi inevitables que trae la evocación de un pasado lejano, el anclaje de la experiencia política en un pasado continental propia es un salto enorme, que habla también de una mayoría de edad para la genealogía latinoamericana.

El otro cambio sustancial que Chávez llevó a cabo es la valoración de la democracia como un elemento central para la construcción de un proyecto emancipador. En ese sentido, también hay una ruptura (ligada al fin de ese mundo bipolar) con los proyectos revolucionarios del siglo XX, demasiado ligados al formato de la izquierda marxista europea y una consecuente idea de revolución muy estrecha, casi metodológica.

Aquel año, 1994, donde Chávez comparte su matriz bolivariana con los cubanos, es muy particular para América latina. También es el año donde sale a la luz el zapatismo y el Subcomandante Marcos en el sur de México. A la luz de la productividad política de uno y otro, casi 20 años después, cabe preguntarse quién –finalmente- tenía los atributos de “modernidad” y “presente” y quién terminó respondiendo a parámetros menos actuales.

Al fin y al cabo, con un envoltorio novedoso y haciendo también su propia lectura del pasado (remitiendo a una historia milenaria, al borde del mito maya) el zapatismo no pudo huir de la dependencia intelectual del Primer Mundo: asumió como válida la teoría por entonces en boga en las universidades europeas de “cambiar el mundo sin tomar el poder”.

Por el contrario, Chávez supo reconvertir el añejo discurso revolucionario, aparentemente destinado al baúl de las cosas viejas y reinventarlo bajo el nombre de “socialismo del siglo XXI”. Los debates sobre qué significa el término suelen ser poco interesantes, cuando no un mero artilugio argumentativo para decir que solo es un concepto vacío, útil para que los “populismos” de ocasión lo llenen como se les antoje. Sin embargo, no cuesta tanto entender que el “secreto” es haber sintetizado el ideario de igualdad social con la legitimidad electoral del sistema democrático. Esa síntesis es la que -desde hace una década- pone a las oposiciones latinoamericanas en un no lugar, girando en falso sobre el discurso del “autoritarismo” de gobiernos sostenidos en votos de ciudadanos libres y leyes dictadas por instituciones republicanas.

Chávez fue el primer líder latinoamericano de los finales del siglo XX y comienzos del nuevo siglo en advertir que, aún en una coyuntura muy adversa, había una oportunidad de ensayar un proyecto alternativo diferente, atravesado por la historia profunda del continente y, al mismo tiempo -o justamente por eso-  nuevo. Chávez fue eso: un líder nuevo, que logró aglutinar a la tradición las izquierdas del siglo XX y ponerlas en función de una reivindicación histórica previa, la de la independencia americana, para de esa manera dar cuenta del desafío que tiene América Latina en el futuro cercano, el de la desigualdad.

Fuenta: Telam 

Foro San Martín