29 de mayo de 2013

MALVINAS, ANTÁRTIDA Y ATLÁNTICO SUR: el período 1945 – 1955, clave en el ejercicio de la soberanía argentina y sudamericana


Por Alejandro María Larriera (Universidad Nacional del Sur) 




Es un lugar común en el estudio de la política internacional argentina respecto a las Islas Malvinas comenzar la historia contemporánea con el debate en el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, y la Resolución 1514 de 1960, más conocida como el "Estatuto de la Descolonización". De inmediato se llega a la hoy famosa Resolución 2065 de la Asamblea General de Naciones Unidas, claramente favorable a la Argentina y, en consecuencia, a América del Sur. Pero simultáneamente se silencian y ocultan en los ámbitos académicos los fundamentos de dichas resoluciones. En primer lugar, la actuación argentina en la última centuria y en especial la decisiva y terminante política argentina iniciada ni bien concluyó la II Gran Guerra del siglo pasado. En segundo lugar, la primera visión y propuesta geopolítica contemporánea argentina, que incluyó Malvinas, Antártida y Atlántico Sur y su vigoroso despliegue en innumerables acciones de la más diversa naturaleza.

La política argentina sobre el Atlántico Sur y el continente antártico comienza en el año 1946. Sus consecuencias sobre Malvinas

Como se advierte en la visión de la Antártida desde el Polo Sur, sólo America del Sur, África y Oceanía tienen derechos legítimos sobre ella


Antes de 1946, Argentina no tuvo una política internacional que considerara nuestras perspectivas, derechos y responsabilidades en relación a los gigantescos espacios del Atlántico Sur y la Antártida, abarcando a nuestras Islas Malvinas. Con toda claridad lo recordaba el Gral.  J. D. Perón en su ya famosa conferencia del 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra: "...En 1946, cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenia ninguna definición. No encontramos allí ningún plan de acción, como no existía tampoco en los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regía, sus decisiones o designios. Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a los largo de los tiempos, con una dirección conforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa".
Lo que expresaba Perón significaba llanamente que no había en la Argentina una visión y comprensión global de su situación y por lo tanto de sus necesidades. No había perspectiva geopolítica y por lo tanto no podía haber política internacional propia. No existe ni ha existido en las relaciones internacionales un vacío geopolítico o una ausencia de propuesta geopolítica. Cuando una comunidad o estado no la ha tenido, es simplemente porque se ha adherido o cobijado en el avance geopolítico de una potencia o actor internacional mayor. Y esto que denuncia Perón reflejaba nada más y nada menos que la incorporación de la Argentina a los designios geopolíticos de Gran Bretaña, desde mucho tiempo atrás. Esta incorporación se realizó con tal vehemencia que vació completamente cualquier política de defensa y de proyección hacia los espacios vacíos de nuestro país. 
Todo cambia en 1946.
El 28 de septiembre de 1945 el presidente estadounidense Harry Truman, un mes después de lanzar las bombas atómicas sobre Japón y obtener la rendición de este país, anuncia la Declaración Truman donde establece la soberanía sobre los recursos existentes en la plataforma continental de su país, en una manifestación de soberanía marítima sin precedentes para la época. Era la gran potencia mundial, única nuclear, que ampliaba fuertemente sus recursos marinos.
En consonancia con esa posición y rescatando la doctrina Storni de 1916, el presidente Perón dicta el Decreto Nacional 14.708 del 11 de octubre de 1946 donde declara "perteneciente a la soberanía de la Nación el mar epicontinental y el zócalo continental argentino", siendo el segundo país del hemisferio en proclamarlo. Se evidenció ya aquí, siguiendo la mejor tradición doctrinaria marítima argentina, la importancia que se le comenzó a dar a la proyección hacia los espacios marinos del sur, las Malvinas y la Antártida. Fue una sorpresiva afirmación de poder marítimo, evidenciando una clara visión geopolítica de los inmensos espacios marítimos del sur. Tomando ese decreto nacional como símbolo de una gigantesca tarea de múltiples aspectos que se desarrollará en la década siguiente, dividiremos por razones metodológicas y de estudio, su estudio en cinco aspectos: 1) Elaboración de una concepción geopolítica global y regional; 2) Decisiones de tipo orgánico - normativas; 3) Decisiones operativas sobre el espacio geográfico; 4) Declaraciones y presencia internacional y 5) El indispensable componente emotivo y actitudinal.

1) Elaboración de una concepción geopolítica global y regional

Solía comentar Luis Alberto Herrera, líder del Partido Nacional Blanco de Uruguay, que Perón cuarenta y ocho horas después del éxito electoral del 24 de febrero de 1946 que lo llevó a la primera Presidencia, le envió un telegrama que finalizaba con esta frase "Hay que realizar el sueño de Bolívar. Hay que formar los Estados Unidos de Sudamérica". Nada de lo que ocurrió después fue producto del azar. Perón llegó a la Presidencia con una visión de la situación mundial y del papel de la Argentina y de América del Sur en el mundo muy clara. 
La conformación de un núcleo duro de aglutinación que pivoteara sobre el triángulo isósceles invertido de Argentina, Brasil y Chile impulsando una política de integración, apoyo y defensa común fue el eje de la primera política internacional explicitada y desarrollada por la Argentina en la época moderna. Todo ello enmarcado en un mundo polarizado por dos sistemas mundiales de dominación, que avanzaba aceleradamente hacia la superpoblacion y superindustrialización. Anticipó con meridiana claridad, que las guerras del futuro serían económicas y despiadadas, por el control de los recursos naturales. Se desplegó entonces no solamente una activa política de integración regional, sobre la base del histórico ABC de 1910, que incluyó un sistema de Tratados de Complementación Económica e Industrialización de América del Sur, sino  además  una Doctrina de Defensa Nacional (DDN) inédita en nuestro país y en todo el continente con excepción de la gran potencia del norte. En conjunto significó, por primera vez en el espacio americano, la elaboración y puesta en marcha de una estrategia continental para el Atlántico Sur. 

2) Decisiones de tipo orgánico – normativas

Ya en julio de 1946 la Cámara de Diputados de la  Nación abordó por primera vez la cuestión Malvinas y aprobó por unanimidad un pedido al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que resolviera la cuestión de la soberanía sobre las Islas. Ese mismo año Gran Bretaña presenta a la ONU a las Malvinas como "territorio bajo administración británica". La Argentina respondió presentando una reserva que se repetirá en años posteriores. Entre 1947 y 1963 la Argentina presentó 28 reservas. Desde el comienzo de la gestión presidencial hubo un cambio enérgico y sin precedentes con respecto a los reclamos argentinos sobre Malvinas y los restantes archipiélagos, como así también con la Antártida y espacios circundantes. El Congreso Nacional mantuvo activa la cuestión durante toda la gestión, generándose numerosos organismos gubernamentales, especializados en las nuevas perspectivas geopolíticas.
Por Decreto Nacional 17.040 del 9 de junio de 1948 fue creada la División Antártida y Malvinas bajo dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Su función era entender en todo lo relacionado con la defensa de los derechos jurídicos argentinos sobre la Antártida Argentina, las Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. El año anterior se había creado la Subcomisión Islas Malvinas e Islas Georgias del Sur. En abril de 1951, con fondos del Ministerio de Defensa recientemente creado, se inauguró el Instituto Antártico, fundamental en la futura acción científica, logística y formativa sobre el continente blanco. 
Posteriormente, en septiembre de 1948 se dictó la ley nacional 12.234 que fue la primera ley de Defensa Nacional del país y que constituyó la pieza jurídica central del primer sistema institucional integrado de Defensa Nacional. Esta ley, increíblemente avanzada para la época, creó el CODENA (Consejo de Defensa Nacional) presidido por el Presidente de la Nación. El CODENA se componía de todos los ministros del Poder Ejecutivo nacional, lo que evidenciaba claramente la concepción global de la defensa nacional que involucraba todo el cuerpo social. Se le reservó entonces al CODENA la responsabilidad institucional máxima en la preparación y coordinación del esfuerzo nacional defensivo, en asistencia al Presidente de la Nación. Como afirma Marcelo F. Sain "todo ello convirtió a la ley 13.234 en una norma precursora en la materia tanto a nivel nacional como regional" ("La construcción de la Nación Argentina" Ministerio de Defensa, 2010, Buenos Aires) Esto se completó el 15 de julio de 1949 con la creación del Ministerio de Defensa mediante la ley 13.529,  estableciendo la conducción político - institucional de las fuerzas armadas.

3) Decisiones operativas sobre el espacio geográfico:  

No resulta sencillo relatar la "avalancha" de acciones sobre el inmenso espacio geográfico del Atlántico Sur que comenzaron a realizarse a partir de 1946 y 1947. Fueron importantísimas las fundaciones de bases permanentes y no permanentes, por su tamaño, calidad y cantidad, como así también el crecimiento y modernización de la flota de mar, la adquisición de embarcaciones modernísimas para la época y de gran significación operativa. Esto resulta mas elocuente, teniendo en cuenta las dificultades técnicas de todo tipo para operar sobre la región hace más de 60 años y la competencia con el Reino Unido y E.E.U.U. sobre dichos espacios, potencias absolutamente dominantes para la época.
Durante muchísimo tiempo era normal en cualquier manual o texto de las Fuerzas Armadas Argentinas o del Ministerio de Defensa leer la importancia de la fundación del Destacamento Islas Orcadas en el año 1904, ejemplificado como el hito fundamental del avance hacia la inmensidad helada y a continuación un liviano relato atemporal sobre operaciones posteriores. En realidad, primeramente debemos aclarar que en marzo de 1903, la expedición escocesa de William S. Bruce construyó un refugio invernal denominado OMond House. Al año siguiente fue transferido o donado a la Argentina como Observatorio de las Islas Orcadas, dependiente del Ministerio de Agricultura. De allí que el primer esfuerzo fundacional de nuestro país de instalaciones antárticas y de los espacios circundantes se realizó el 31 de marzo de 1947 con la creación de la Base Melchior, como destacamento naval  en la Antártida y Decepción el 25 de enero de 1948, también de la Armada Argentina. 
El Ejército Argentino se sumó a la campaña, creando  la Base de Ejército General Belgrano el 18 de enero de 1950 con el objetivo de asegurar la presencia argentina en el Mar de Wedell y como punto de apoyo para una proyectada expedición al Polo Sur, consagrándose con la más austral del mundo, hasta la fundación poco después de la base estadounidense Amundsen- Scott. Poro después, la misma fuerza, estableció la  muy importante Base Gral. San Martin el 21 de marzo de 1951. Esto significó además la creación del Comando Antártico en la misma fuerza, por el entonces Cnel. Hernán Pujato, uno de los grandes emprendedores en los dominios australes. El entonces Presidente Perón no dejó pasar la oportunidad para demostrar claramente la importancia que le adjudicaba a la primera expedición del ejército argentino y la dimensión de la base a crear, despidiendo personalmente con todo su gabinete en el puerto de Buenos Aires, el 12 de febrero de 1951 al grupo fundador. Poco después fue la Armada Argentina la que creó su propio grupo especializado, el Grupo Naval Antártico, comandado en su inicio por el Capitán de Fragata Rodolfo N. Panzarini y la Base Alte. Brown pocos días después, el 8 de abril de 1951. La Armada Argentina estableció  la Base Esperanza el 31 de marzo de 1952 y el  Ejército, otra con el mismo nombre, el 17 de diciembre de 1952. Esta operación implicó la construcción del Faro Esperanza y establecer en forma permanente la única población civil de la Antártida, aún en el presente, junto a la vecina chilena Las Estrellas.
Seguidamente se continuó con la Base Tte. Cámara el 1 de abril de 1953,  el Destacamento Jubany el 21 de noviembre de ese año y la nueva  Base Gral. Belgrano el 18 de enero de 1955. La mayoría de ellas no se encuentran en actividad hoy, por lo menos en forma permanente.
Entre 1950 y 1955 la Argentina batió varias veces sus propias marcas en la exploración y ocupación del territorio nacional antártico: por primera vez se atravesó en tierra el Círculo Polar Antártico, estableciendo además la base de experimentación científica más austral del mundo (8 de marzo de 1951). Por primera vez se atravesó íntegramente el Mar de Wedell, estableciendo una base, que por muchos años fue la más austral del mundo.
Por esta época se adquirió el primer rompehielos con el que contara la Patria, el Gral. San Martin, construido en Bremerhaven, Alemania en un plazo record de 9 meses y que resultó excelente, prestando servicios durante 25 años. A fines de 1947 una escuadra de la Armada Argentina inició maniobras en las aguas próximas a Malvinas, que incluyeron desembarcos de personal y equipamientos en varias islas del Atlántico Sur. Esta escuadra en enero de 1948 se constituyó en una verdadera flota, con más de 2.000 hombres embarcados, siendo  el encuadramiento naval más importante que ha navegado las aguas al sur de Malvinas, hasta la expedición británica en la Guerra de Malvinas.
Estos desembarcos y actos de soberanía, significaron serios enfrentamientos con Gran Bretaña, llegando intercambio de fuego  en la zona de Bahía Esperanza. Fue el 1ro. de febrero de 1952, cuando la guarnición argentina del Destacamento Naval Esperanza, a las órdenes del teniente de corbeta Isidoro Paradelo obligó a retirarse con fuego de ametralladora al personal británico del buque inglés John Biscoe.
La aviación naval cruzó por primera vez en diciembre de 1947 el Círculo Polar Antártico, hazaña que cumplió el almirante Gregorio Portillo y fue el Ejército Argentino en 1951 el que inició su presencia activa en la Antártida, con la expedición del entonces coronel Hernán Pujato, que abrió en Bahía Margarita, la primera base al sur del Circulo Polar Antártico. 
En los años 1952 y 1953 se incorporó a la actividad antártica la Fuerza Aérea Argentina, que se había desarrollado fuertemente en los años anteriores, adquiriendo su plena autonomía como arma. En febrero de 1944 se había creado la Escuela Superior de Guerra Aérea, en 1945 la Fuerza Aérea Argentina y la Secretaria de Aeronáutica. Para 1949 la Fuerza Aérea Argentina era la más importante de Latinoamérica.
La odisea del Crucero ARA Gral. Belgrano

En el año 1951 el gobierno argentino adquirió dos cruceros modernos, botados a fines de 1938 y entrados en servicio en 1939, a los Estados Unidos: el Phoenix y el Boise.
El Phoenix, veterano sobreviviente del ataque japonés a Pearl Harbour en diciembre de 1941,  rebautizado crucero "17 de octubre" junto con su gemelo rebautizado "9 de julio"  fueron parte importante de la flota argentina, para esa época la más importante de Sudamérica.
Producido el golpe militar de septiembre de 1955, que derrocó al gobierno justicialista, 6 días después el crucero "Phoenix" fue nuevamente bautizado, ahora con el nombre de "ARA Gral. Belgrano". Con ese nombre y casi 30 años después llegó a la Guerra de Malvinas, 
4) Declaraciones y presencia internacional.

El 3 de noviembre de 1947 la Argentina introdujo por primera vez en las Naciones Unidas, el debate sobre sus reclamos sobre las Islas Malvinas y sobre cual debería ser su verdadero nombre. En un párrafo de la presentación se afirmaba textualmente: "...La República Argentina no ha reconocido nunca la ocupación de referencia y ha protestado por el acto originario que la determinó (1833), cada vez que las circunstancias así lo permitieron. Tampoco reconoce los actos que cualquier otra potencia pueda realizar en otras islas antárticas, tales como Georgias del Sur, Sandwich del Sur, Orcadas del Sur, Shetlands del Sur, y en otras tierras polares continentales situadas dentro del Sector Antártico Argentino, pues esas islas y tierras pertenecen a la República Argentina por incuestionables derechos históricos, jurídicos y geográficos y por el ejercicio continuado de su soberanía, establecida por intermedio de la primera ocupación efectiva y constantemente."

La creación del TIAR. Malvinas y la posición argentina

En el año 1947 se reunió en Petrópolis, Brasil, la conferencia americana para discutir y aprobar un tratado de defensa hemisférico que EE UU impulsaba fuertemente.
La delegación argentina estaba presidida por su ministro de RR EE Atilio Bramuglia, ministro muy respetado en su época y la estadounidense por el general George C. Marschall, el mismo que le dio el nombre al plan de asistencia en Europa. O sea, cada uno llevó lo mejor que tenia. La conferencia finalmente aprobó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). 
Como una réplica de la Primera Conferencia Panamericana en Washington de 1899, esta fue acaparada por el fuerte enfrentamiento entre Argentina y EE UU, funcionando muchas veces el resto de los países participantes como simples espectadores.
Argentina logró éxito en dos cuestiones muy importantes: las bases militares y la zona de seguridad. En el primer tema, EE UU pretendía que el mecanismo de defensa continental se activará ante cualquier ataque a territorio "americano" en cualquier parte del mundo. Considerando territorio americano, a todas sus bases diseminadas por el mundo, más las que pudiera construir en el futuro, el continente quedaría comprometido en una respuesta armada conjunta, ante cualquier conflicto en todo el orbe. En realidad, no le costó mucho a Argentina contar con el apoyo de la gran mayoría de países latinoamericanos ante la gravedad del compromiso que solicitaba EE UU.
El otro punto importante en cuestión, consistía en delimitar la extensión de la zona de seguridad o sea definir porque se entendía como continente americano a los fines de definir el espacio geográfico protegido. EE UU abogada por la masa continental contenida entre el estrecho de Behring en Alaska hasta el Cabo de Hornos. Argentina insistía en considerar parte de la zona de seguridad y por lo tanto del continente americano a las Islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur. Finalmente, luego de mucha discusión, Argentina logró el apoyo para esta postura, de allí que pudo invocar el funcionamiento del TIAR en 1982 ante el desembarco británico en Malvinas. Y allí también, este tratado mostró sus límites y murió.
Poco tiempo después, el 4 de marzo de 1948, e intentando tomar la iniciativa estratégica Perón impulsó y concretó un acuerdo con Chile de protección y defensa jurídica sobre la Antártida y espacios marinos australes, declarando ambas naciones que "en cuyos territorios se reconocen Chile y la República Argentina indiscutibles derechos de soberanía". Ya estaba planteado y mostrado además como un pensamiento en marcha un acuerdo estratégico con el hermano país para desplegar un bloque de defensa de los espacios y recursos estratégicos del extremo sur. Esto ocurrió hace más de 60 años !! Como diría Luis H. Vignolo mucho después (Revista Nexo, nro. 3, 1984), se plasmaba la "geopolítica de la solidaridad". A qué distancia sideral se encuentra esta visión, de la esquizofrenia geopolítica  de las juntas militares de los años 70 y 80!
5) El indispensable componente emotivo y actitudinal: 

Si bien es un lugar común afirmar que en la política internacional, lo emocional no debe primar sobre la razón, y el análisis inteligente y el cálculo prudente debe guiar cada acción, eso no significa que el estilo de una política exterior deba ser necesariamente frio. Una cuota interesante de emoción y sentimiento, y por qué no también de pasión, vigoriza la posición internacional de un país y le otorga un importante respaldo dentro de su propio pueblo. En este entendimiento en el año 1953 a su regreso de Santiago de Chile luego de un histórico acuerdo de integración con el hermano país hizo público un "Decálogo de Hermandad" obligatorio para todo argentino bien nacido. Allí compromete  el "honor nacional" determinando en el artículo 10 que "los pueblos de Argentina y Chile son depositarios absolutos de esta alianza puesta bajo la protección de Dios..." reafirmando que en realidad no hay política internacional sustentable si no la asumen los pueblos como propia. Y en forma conmovedora  le pide al pueblo argentino que "cada argentino debe saber que los pueblos de Chile y Argentina, son real y efectivamente pueblos hermanos" (art. 1).." desde hoy los chilenos serán considerados compatriotas por todos los argentinos, y ésta debe ser una consigna de honor nacional" (art. 2) "cada argentino debe comprometerse a trabajar en su  puesto por el acercamiento espiritual y material de los pueblos de Argentina y Chile" (art. 3), finalizando con una exhortación, que es además una rotunda definición geopolítica: "Cada argentino debe estar persuadido de que la vigencia y el desarrollo de esta unión asegurarán la grandeza de América y la felicidad de nuestros pueblos".


27 de mayo de 2013

El Documento de Aparecida, la pobreza y la integración continental


Por Carlos Eduardo Ferré



La V Conferencia de Obispos de América Latina, llevada a cabo en 2007 en Aparecida, Brasil, lugar donde se encuentra su Santuario Nacional en honor a la Virgen María, concluyó con un documento sobre la situación del continente y las propuestas de la Iglesia, como anteriormente había ocurrido con las reuniones de Medellín, Puebla y Santo Domingo.

Conocido como “Documento de Aparecida”, el mismo ha despertado un renovado interés en virtud de la elección del Papa Francisco, quien fuera uno de sus principales redactores, cuando participó de esa reunión como Arzobispo de Buenos Aires.
A ello se ha sumado el hecho de que en sendas visitas que realizaran las presidentas de Argentina y Brasil, éstas recibieran de manos del Pontífice un ejemplar de dicho documento.
Siendo su redacción  anterior a la crisis global de la economía que se desatara en 2008, es sumamente interesante ver como fue el tratamiento de ciertos temas fundamentales para la vida de nuestros pueblos que hace la Iglesia Latinoamericana y que aportan, desde su perspectiva, a la construcción de una doctrina de la integración que necesitamos formular los que estamos empeñados en este proceso, para que sea a favor de los pueblos, de la justicia social y del desarrollo integral de todos nuestro hermanos latinoamericanos.
Hemos de abordar en varias entregas sucesivas,  distintos aspectos de este documento que a partir de hoy ha de estar disponible en nuestro blog para su lectura.
Vamos a comenzar por el tratamiento que el documento hace sobre el tema de los pobres  y el nuevo fenómeno de la  exclusión, cuestiones a las que se ha referido especialmente Jorge Mario Bergoglio desde el comienzo de su pontificado.
El tema de la pobreza es uno de las cuestiones en la  que pone mayor énfasis el documento. Dedica un título – el N* 3 del Capitulo 8 – a la opción preferencial por los pobres y los excluidos. 
Señalando la angustia que provoca los millones de personas que no pueden llevar una vida que se corresponda con el principio de la dignidad de la persona humana, manifiesta que esta opción “es uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña”[1]  y que reconoce “implícita en la fe cristológica de aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza”[2] . Por lo que concluye afirmando  que “Todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Cristo” tomando como fundamento el pasaje de Mateo 25,40[3].
De esta fe en Jesucristo, afirman los obispos,  brota la solidaridad que debe expresarse en gestos y opciones visibles en defensa de la vida, de los más vulnerables y excluidos, apoyando sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de la realidad[4]
Incorpora en la descripción de la pobreza a los nuevos rostros pobres que emergen de la globalización. 
Enumera entre los nuevos excluidos a los emigrantes, las victimas de la violencia, desplazados y refugiados, victimas de trafico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de HIV y enfermedades endémicas, tóxico dependientes, adultos mayores. Niños y niñas que son victimas de la prostitución, pornografía y violencia y del trabajo infantil mujeres maltratadas, victimas de la exclusión y del trafico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle en las grandes urbes, los indígenas y afro-americanos, campesinos sin tierra y los mineros. Y afirman que todos ellos deberán ser sujetos de la Pastoral social de nuestras Iglesias[5].



El documento de Aparecida extiende el concepto de pobreza a la carencia de Dios. Dice que “no podemos olvidar que la mayor pobreza es la de no reconocer la presencia del misterio de Dios y de su amor en la vida del hombre, que es lo único que verdaderamente salva y libera.”. 
En consecuencia el concepto de pobreza que en el Documento de  Medellín tiene un acento preferentemente socioeconómico, que en el de  Puebla se completa con el reconocimiento de las carencias de participación política como parte de la expresión de la dignidad de la persona, ahora se extiende al ámbito de lo espiritual y lo religioso.
La opción preferencial por los pobres exige una atención pastoral a los constructores de la sociedad. “Si muchas de las estructuras actuales generan pobreza en parte se ha debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas económicas y culturales”.
Propone que la Iglesia ha de ser abogada y defensora de los pobres, ante las intolerables desigualdades sociales y económicas que claman al cielo y comprometerse a seguir siendo compañera de camino de los hermanos más pobres aun hasta el martirio.
De tal forma afirman los Obispos en Aparecida que quieren “ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha en Conferencias anteriores y ser sacramento de amor solidaridad y justicia entre nuestros pueblos”.
Advierten sobre el peligro de que esta opción quede en el plano de lo teórico o de lo emotivo e insta a producir comportamientos, gestos y decisiones que requieran tomar opciones concretas al tiempo que evitar todo tipo de paternalismo. Recomiendan que esa opción represente una verdadera cercanía que nos hace “amigos de los pobres”[6]
Por último, debe destacarse la confianza que manifiesta el documento, en que la pobreza del continente ha de resolverse a partir de una integración de los pueblos. Lo manifiesta de esta manera: “En la nueva situación cultural afirmamos que el proyecto del Reino está presente y es posible hoy; por eso aspiramos a una América Latinas y Caribeña unida”[7].
En esta última apreciación, Aparecida lee uno de los signos de los tiempos, que pueden dar lugar a cursos de acción objetivamente favorables a los pobres del continente, dado que en el mundo global en el que  hoy vivimos, difícilmente los pequeños piases de la región, puedan dar solución a su subdesarrollo, empleando únicamente sus propias fuerzas o aceptando  tratados de libre comercio como los que les propone Estados Unidos, que han demostrado ser eficaces para acentuar las relaciones de dependencia. 
Asumir e involucrarse activamente en el proceso de integración continental, puede dar a la Iglesia latinoamericana una nueva energía y un nuevo rumbo, que le posibilite  volver a vincularse activamente a la opción por los pobres y a un proceso de liberación, compartiendo y siendo solidaria con las luchas de los pueblos. 
De tal forma podrá colaborar en  mostrar al mundo y a la Iglesia universal, que es posible generar nuevas estructuras no solo desde el punto de vista económico, sino también social, político y cultural que nos alejen definitivamente de la sumisión a la tirania invisible del imperio del dinero y nos encaminen hacia una cultura de la solidaridad donde el dinero sirva y no gobierne.

Citas:
[1] Aparecida –Documento Conclusivo – V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe – C.E.A. Oficina del Libro. 1ª. Edición Bs.As. Argentina, 391, p.179
[2] ibid. 392 p.180
[3] ibid. 393, p.180
[4] ibid. 394, p.180
[5] ibid. 402, p.184
[6] ibid. 395 a 398, pa 181, 182
[7] ibid. 520,p.234

23 de mayo de 2013

LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO OTORGÓ A LULA EL DOCTORADO HONORIS CAUSA EN UNA CEREMONIA EN EL CONGRESO DE LA NACIÓN



En un homenaje sin precedentes y junto a las Universidades Nacionales de Lanús, Córdoba, La Plata, San Juan, San Martín, Tres de Febrero y la Flacso, realizado el 17 de mayo pasado, el Rector Arturo Somoza entregó el título de honor fundado en la  infatigable labor de Lula por la integración latinoamericana –entre cuyos frutos están la fundación de UNASUR y CELAC- y su compromiso con la justicia social, la soberanía política y económica y la profundización de la democracia en América

Humberto Podetti (Foro San Martín)

Lula muestra el Diploma que acaba de entregarle el Rector de la UNCuyo, Ing. Agr. Arturo Somoza

En la ceremonia, el Rector Arturo Somoza expresó a Luiz Ignacio ‘Lula’ Da Silva el reconocimiento de la Universidad por su decisivo liderazgo de la actual etapa histórica de América Latina y su compromiso con los pueblos. También le transmitió los fundamentos que el Consejo Superior de la Universidad Nacional de Cuyo consideró para otorgarle el doctorado, entre los que sobresalen el carácter relevante de sus acciones en el proceso de integración latinoamericana, su decisiva lucha contra el hambre, la pobreza y la exclusión en Brasil y en América del Sur y su compromiso con la educación, manifestado en la triplicación del presupuesto educativo, la fuerte promoción de la naturaleza inclusiva de la educación, el decidido impulso a la educación superior con la creación de nuevas universidades y la promoción de la investigación y la interacción académica en América del Sur. 
El Rector regaló luego a Lula vinos producidos por la Universidad Nacional de Cuyo, un libro publicado por la Editorial de la Universidad en Homenaje al General San Martín y por último, por pedido de la Comisión Perón de la Biblioteca del Congreso de la Nación, una edición especial del libro Conducción Política del General Perón.  
Lula agradeció las distinciones recibidas, mencionando particularmente el compromiso de la Universidad Nacional de Cuyo con el proceso de integración continental, la educación superior en América y su trabajo para hacer posibles los programas de movilidad estudiantil y docente. 
En su discurso abordó tres cuestiones centrales: En primer lugar, la promoción del desarrollo a partir de la inclusión, la eliminación de la pobreza y el ascenso social, contradiciendo la afirmación que para distribuir primero hay que crear riqueza. En segundo lugar, la trascendencia de la educación para la inclusión y la realización de todas las personas.  En tercer lugar, lo que hará posible realizar las dos primeras: la integración sudamericana y latinoamericana como únicos caminos para alcanzar el pleno desarrollo humano, social, económico y político de nuestros pueblos
La inclusión social y la eliminación de la pobreza son las herramientas esenciales del desarrollo sustentable. “Ni bien llegado al gobierno –afirmó Lula- verifiqué que podíamos aumentar los salarios sin aumentar la inflación, que podíamos derrotar el hambre y lograr el ascenso social de muchos millones de personas y que eso contribuía directamente al crecimiento de Brasil. Nunca ocurrió que primero se creara la riqueza y luego se la distribuyera. La creación de la riqueza comienza con la distribución justa de lo que hay. El esfuerzo fue de todos y por eso este reconocimiento que me otorgan no es a mi persona, sino a todos los brasileños que hicieron un esfuerzo para posicionar al país, por lo que los diplomas son un reconocimiento al pueblo brasileño”.  
En cuanto a la educación, reiteró que la educación nunca puede ser considerada como gasto, sino como inversión. Destacó las medidas para facilitar el acceso a la educación y la creación de nuevas universidades como instrumentos de inclusión y realización de las personas. Destacó también la necesidad y la urgencia de coordinar el esfuerzo educativo como parte substancial del proceso de integración continental.
La mayor parte de su discurso estuvo referido a la trascendencia del proceso de unificación de América Latina, señalando que es urgente "consolidar la verdadera integración de América latina", atendiendo a todos sus aspectos, humanos, sociales, culturales, educativos, siendo la integración económica una parte de ese proceso.  
Señaló luego el papel clave de Argentina y Brasil, destacando que "rezo todas las noches para que Cristina y Dilma piensen en grande y se lleven bien, lo que es decisivo para la integración de América del Sur”. Agregó que Brasil y Argentina deben actuar unidos en el G-20, lo que permitirá acrecentar la influencia de América del Sur en ese foro internacional.
Recordó a su amigo Néstor Kirchner, tras destacar que con él "delinearon parte de este proceso que está permitiendo una América Latina unida gracias a la obstinación de Kirchner”, con quien pidió compartir el reconocimiento que se le otorgaba. 
Por último,  destacó que el camino es consolidar definitivamente la integración, "superando las barreras que nos separan y construyendo los puentes que nos unen" para lo cual serán invalorables las herramientas que pueden suministrar las "universidades comprometidas con la unidad regional".

22 de mayo de 2013

EL PAPA FRANCISCO Y LOS CRISTIANOS LATINOAMERICANOS


A dos meses de la elección de Francisco, el primer Papa latinoamericano, compartimos este artículo de Carlos Ferré,  publicado en el Nº 108 de la Revista “Testimonio” de Lima, Perú.


EL PAPA FRANCISCO Y LOS CRISTIANOS LATINOAMERICANOS



La elección del Cardenal Jorge Mario Bergoglio como nuevo sucesor de Pedro ha causado una  lógica conmoción en todo el mundo.
No sólo porque no estaba entre los principales candidatos que reflejaban los medios masivos de comunicación sino porque elegir a este Obispo argentino para la Sede de Roma significa que el cónclave decide, en dos mil años de historia de la Iglesia, elegir al primer Papa de América, más precisamente a un latinoamericano y al primer jesuita en quinientos años de la Compañía de Jesús.
También son quinientos los años de Evangelización en nuestro continente y la Iglesia universal ha señalado a uno de sus hijos, a un cristiano del Nuevo Mundo para guiar al Pueblo de Dios.
Y justamente, ese es uno de los primeros signos del nuevo pontificado.
El Papa Francisco resalta en sus primeras palabras, el encuentro entre el pueblo reunido en la plaza y él quien se presenta como el nuevo Obispo de Roma. El Pueblo de Dios y su Obispo, confirmando con su gesto. el criterio eclesiológico del Concilio Vaticano II.
Pero no se queda en las palabras;  hace un nuevo gesto: le pide a su pueblo que rece por él para que Dios lo bendiga para que él pueda luego bendecirlos y se inclina para hacerse el Siervo de los Siervos de Dios. La Iglesia Comunión ha quedado  reflejada a la vista de miles de millones de personas que presencian el hecho en todo el mundo.
Su nombre Francisco completa su programa: el Santo de la Iglesia pobre para los pobres, el de la paz, el del cariño y respeto por toda la Creación.
Francisco ha manifestado en pocos minutos el programa de su Pontificado. No hace falta esperar su primera encíclica. El ha actuado su primera encíclica en  un lenguaje comprensible para todos, accesibles a los últimos, revelando a los humildes la Buena Noticia, que ha de proclamar con palabras y hechos.
El mundo se ha conmovido y se pregunta quien es este nuevo Papa argentino que como él mismo dijo,  viene casi desde el fin del mundo.
Una multitud de periodistas comienzan a buscar vías de comunicación directa con hombres que convivieron con él, quieren conocer los lugares que frecuentaba, que ha hecho hasta ahora este hombre que viene de las “orillas” del planeta.
Se encuentran con un hombre que ha vivido intensamente su condición de  habitante de la periferia del mundo. Que conoce a fondo el problema de los pueblos que han sufrido las distintas formas del colonialismo político,  económico y cultural y han generado diversos  procesos históricos, para alcanzar niveles de soberanía y justicia social acordes con la construcción del bien común internacional. Que ha realizado su tarea pastoral en medio de los excluidos, de los “sobrantes” como los denominó en el Documento de Aparecida. Un hombre en el que la opción preferencial por los pobres no es fruto de razonamientos ideológicos sino de una práctica pastoral vinculada a la práctica histórica de su pueblo.
Han de descubrir asimismo, un hombre que conoce las leyes de la política y las ejecuta con humildad y firmeza y también un hombre con sólida formación intelectual, que es capaz de expresar  de la forma más simple las cuestiones más complejas.
Es  Francisco. El que convivía con nosotros y ahora terminaremos de conocerlo en toda su dimensión.
Dios lo ha convocado para una misión universal en el momento que la humanidad en su conjunto y nuestra Iglesia atraviesan  crisis muy intensas. En un momento de bisagra de la historia. En un tiempo en que un régimen hegemónico mundial pensado desde el materialismo práctico ha demostrado todas sus falencias y se han rebelado como falacias sus presupuesto ideológicos. En menos de veinte años, las ideologías que confrontaban por la hegemonía mundial,  han  desnudado sus carencias para erigirse en la solución que la humanidad busca para vivir de acuerdo a la dignidad de la persona y de los pueblos.
Pero también, en un momento de la historia donde comienzan a insinuarse nuevas formas de solidaridad de los hombres y nuevos alineamientos de las naciones en búsqueda de un protagonismo que respete sus designios soberanos.
Hombre de su tiempo, Bergoglio ha alentado el proceso de integración sudamericana como escalón para la integración continental. Ha afirmado que se deben  “recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos con muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales”. E imagina metas que debemos proponernos: “América Latina necesita nuevos paradigmas de desarrollo que sean capaces de suscitar una gama programática de acciones: un crecimiento económico autosostenido, significativo y persistente; un combate contra la pobreza y por mayor equidad en una región que cuenta con el lamentable primado de las mayores desigualdades sociales en todo el planeta; una reforma del Estado y la política para que estén efectivamente al servicio del bien común.” .
En ese camino de realización de la integración cuya necesidad ya había manifestado Juan Pablo II  en Santo Domingo, advierte ciertas peligros o desviaciones que se deberían evitar: “Los desafíos de la realidad latinoamericana no se pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas tan anacrónicas como dañinas o propagando decadentes subproductos culturales del ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del espectáculo. Llama la atención constatar como la solidez de la cultura de los pueblos americanos está amenazada y debilitada fundamentalmente por dos corrientes del pensamiento débil: una, la concepción imperial de la globalización… que constituye el totalitarismo mas peligroso de la posmodernidad. La otra corriente amenazante… el ‘progresismo adolescente: una suerte de entusiasmo por el progreso que se agota en las mediaciones, abortando la posibilidad de un progreso sensato y fundante relacionado con las raíces de los pueblos.”
Propone entonces un camino de construcción: “Nada sólido y verdadero podrá obtenerse si no viene forjado a través de una vasta tarea de educación, movilización y participación constructiva de los pueblos - o sea, de las personas y las familias, de las mas diversas comunidades y asociaciones, de una comunidad organizada- que pongan en movimiento los mejores  recursos de humanidad que vienen de nuestra tradición y que sumen las grandes convergencias estratégicas para el bien común”.
La Iglesia universal ha elegido un papa nacido en el lugar que los europeos llamaron el  Nuevo Mundo. Ese fue el signo de Dios para muchos misioneros que evangelizaron nuestras tierras, para muchos hombres imbuidos de las mejores ideas del humanismo nacido a la luz de la fe en Cristo. El encuentro de las culturas en América dio a los hombres de todo el ecúmene la visión de que el nuevo mundo no era solo el encontrado sino todo el mundo que recién había llegado a conocerse a si mismo. Por eso Nuestra América es universal. Conjuga en su mestizaje el mundo del antiguo oriente y el del occidente reciente sumado al aporte del cristianismo.
Desde esa universalidad el Cardenal Bergoglio proclamaba  reiteradamente aquello que la realidad es superior a la idea, el todo es superior a la parte y la unidad superior al conflicto.
En esa matriz cultural ha sido formado Francisco y el es plenamente conciente. Nos ha educado en esa conciencia.
Además de la enorme alegría que hemos sentido desde su elección,  percibimos desde el primer momento, una intuición de la dimensión del cambio que significa para los cristianos de América Latina este momento. Sentimos que los ojos del mundo se han de posar sobre nosotros tratando de indagar y comprender como pudo nuestro continente generar un Papa del que ya están asombrados. Que experiencia historia, social, cultural y  religiosa particular tiene América Latina que puede engendrar al hombre de la dimensión que comienzan a vislumbrar y que sin saber muy bien porqué los llena de esperanza, los entusiasma.
Esa es sin duda la reflexión que deberemos hacer muy rápido porque el trabajo comenzó ya.
De la ayuda de Dios -que descontamos- y de  nuestro esfuerzo, imaginación y trabajo, así como de nuestra  solidaridad activa  con el nuevo Pastor Universal ha de resultar  que su tarea llegue a las metas que el Señor nos propone.
Es nuestra oportunidad histórica de demostrar porqué somos el Continente de la Esperanza.

Carlos Eduardo Ferré

NA. Los párrafos en cursiva y encodillados son extractos del prologo redactado por Bergoglio al libro “Una apuesta por América Latina” de Guzmán Carriquiri.

20 de mayo de 2013

El período indiano de la historia de América


Presentación del libro El Humanismo en la Argentina indiana
de Graciela Maturo 

Humberto Podetti (Foro San Martín)


Graciela Maturo agradeciendo el Premio Arturo Jauretche, recibido por su labor poética

Graciela Maturo ha sumado una nueva e invalorable contribución a la expresión de ese nuevo humanismo, de raíces remotas y frutos contemporáneos, que ofrece al mundo nuestra América al momento de la crisis ¿terminal? del sistema económico/político del mercado global. Con El Humanismo en la Argentina indiana (Buenos Aires, Biblos, 2011), Maturo continúa su inmersión profunda en ese período de la historia americana, asombroso por su magnitud, por su naturaleza y por su geografía, que se desarrolló desde la llegada de Colón a nuestro continente hasta el rechazo en las Cortes de Cádiz del proyecto confederal de los diputados americanos. 
Su minuciosa investigación aporta nuevas visiones y comprensiones de los autores, los actores y los testigos del singular humanismo que impregnó la lenta y fructífera, aunque simultáneamente dolorosa imbricación de nuestras raíces. Pero sobre todo descubre y exhibe ante nuestros ojos numerosas claves para comprender quiénes somos, para explicar nuestra indeclinable voluntad de construir sociedades justas, para entender por qué el humanismo es popular en América como nos decía Helio Jaguaribe en Un estudio crítico de la historia.  
Maturo subtitula su nuevo libro “y otros ensayos sobre la América colonial”. Cabe entonces explorar los sentidos en los que los términos colonial e indiano se oponen en su pensamiento. Porque se oponen de un modo que los coloca en el centro del arco, allí donde estamos apoyando la flecha que apunta al tiempo por venir, al futuro que estamos proyectando y construyendo los americanos del sur. 
Con la serenidad y la sencillez de la sabiduría, en la Primera Parte de la obra, dedicada a La poética del humanismo en la Argentina indiana, al analizar la importancia de los estudios coloniales en la reconstrucción de la identidad nacional, nos dice “un modo profundo de revelar esa identidad humanista y mestiza de nuestro pueblo es el estudio de las obras literarias y testimoniales del período indiano o colonial” y en el Capítulo 7, Notas para una nueva lectura de Grandeza Mexicana de Bernardo de Balbuena, Maturo se refiere a la poesía llamándola primero colonial para aclarar enseguida “que nos gusta llamar indiana…”. Antes y después describió y describirá, de varios modos diferentes, muchos de los aspectos substanciales de ese fenómeno desmesurado, simultáneamente choque y abrazo, “violencia y diálogo, depredación y construcción” como nos dice la autora, que dio nacimiento a una nueva criatura cultural, que tiene mucho de ambos progenitores, pero que también es distinta de cada uno de los dos, como explicaban Fernando Ortiz en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Darcy Ribeiro en El pueblo de Brasil o Scalabrini Ortiz en El hombre de Corrientes y Esmeralda . 
Ese proceso es imposible de recortar de tal modo que pueda caber meramente en la descripción de una conquista y colonización. Aunque la conquista y la colonización ocurrieron y produjeron innumerables mártires -personas, pueblos y culturas- como Maturo advierte, simultáneamente nació la crítica, la condena, la proposición y la construcción de otra sociedad y otra cultura. Lo que nacía, a veces sublevación, a veces obra literaria, a veces proyecto político y social justiciero, a veces construcción de nuevas sociedades, inauguró la emergencia de ese humanismo singular que explica nuestra historia. La gestación mezcló y fundió valores y criterios de las culturas que chocaban violentamente pero que simultáneamente se abrazaban amorosamente, como nos dice Maturo, en un proceso tan nuevo como la universalización de la historia humana que nacía con la conciencia plena y recíproca de la existencia de los pueblos americanos y de los recién llegados. Por eso Vitoria, en sus relecciones en la Universidad de Salamanca, pudo recurrir simultáneamente a instituciones del derecho indígena y del derecho ibérico para fundar por primera vez en la historia del pensamiento universal, el derecho de todo ser humano a pertenecer a una comunidad organizada. Y también por eso la escuela salmantina fue americana, parte inseparable de ese inmenso encuentro de culturas que fue y sigue siendo nuestro continente.  
El humanismo en la Argentina indiana, a partir del estudio de la poética humanista de varios autores de ese período de la Historia de América, examina numerosas cuestiones de trascendencia para nuestro tiempo y, sobre todo, para el futuro. Entre ellas quiero detenerme brevemente en tres: el lenguaje, la identidad y el peregrinaje, porque a través de ellas la autora nos muestra las raíces remotas y exuberantes de tres elementos singulares del actual proceso de integración de América Latina y de su proposición al mundo a través del Consenso del Cusco, parte del Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas. 
El castellano, de lenguaje de un pueblo invasor a lengua propia de un continente 
Señala Maturo que en el largo período indiano, “la lengua castellana se convirtió en el español de América”, preservando la sintaxis latina, pero incorporando de modo creciente acentos y palabras de los pueblos americanos. En un ensayo anterior, El lenguaje morada del hombre, incluido en el libro La razón ardiente. Aportes a una teoría literaria latinoamericana (Buenos Aires, Biblos, 2004), había destacado la estrecha relación entre el espíritu y la palabra para una amplia tradición cultural, común a muchos pueblos, entre ellos los ibéricos que llegaron a América a partir de 1492 y los que ya eran americanos. Desde el diálogo entre Quetzacoatl y Mictlantecuhtli en la creación de los macehuales, los antiguos mexicanos,  o el diálogo entre Tepeu y Gucumatz del Popol Vuh en la creación del primer hombre y la primera mujer maya quiché a la palabra-alma, ayvu, de los mbyá guaraníes, o ñe`é de los tupí guaraníes, esa relación entre la creación del hombre y la mujer dotados de espíritu a partir de la palabra pronunciada por los dioses, es fundante de culturas que asociaron el lenguaje con una dación de sentido trascendente a la vida humana. Los pueblos americanos compartían, como destaca Maturo, la idea de “la palabra como principio, la idea de Dios ejerciendo el lenguaje para crear y al hombre y a la mujer descubriéndose creadores a través del lenguaje. Mediador entre lo divino y lo humano, vínculo entre los hombres, el lenguaje era escala, logos, sentido”.
La profundidad y significación de esa comunidad de ideas acerca de la palabra y el lenguaje entre los que practicaban el cristianismo recién llegados y el pensamiento religioso y filosófico de los pueblos americanos, hizo posible la alfabetización de muchas lenguas americanas, respetuosa y fiel a sus sentidos y significados, a su modo de nominación del universo, como las que realizaron Bernardino de Sahagún con el náhuatl, Francisco Ximenez con el quiché o Jose de Anchieta con el tupí guaraní. Las prolongadas verificaciones de fidelidad de Sahagún en el diálogo con los hablantes náhuatl a lo largo de muchos años, el análisis comparativo del texto del Popol Vuh de Ximenez con el Título de Tonicapán o los dramas de Anchieta representados por el pueblo tupí en el nordeste brasileño, constituyeron entre otros muchos primeros pasos, el inicio de un largo proceso de más de tres siglos, en el que el castellano “variando sensiblemente su forma interna, de acuerdo a un ritmo histórico distinto, con una nueva naturaleza, con nuevos y diferentes aportes culturales… nuevos hombres, nuevas maneras de pensar y concebir la realidad”, como nos dice Maturo, se fue convirtiendo de lengua de un pueblo invasor en lengua de un pueblo nuevo. 
A mediados del siglo pasado José María Arguedas fundó en semejantes consideraciones su decisión de abandonar el quechua materno para escribir sus magníficas novelas en castellano americano, en su manifiesto La novela y la expresión literaria en el Perú. 
La lenta emergencia de América Latina y el creciente y decisivo papel de los ‘hispanos’ en Estados Unidos constituyen tal vez la culminación del proceso tan cabalmente mostrado por Maturo, por el que el castellano junto a su hermano, el portugués, se ha convertido en la lengua del nuevo humanismo en el siglo XXI.   
Nuestra identidad comienza a construirse con las grandes culturas americanas preuniversales y se enriquece y universaliza en los tres siglos del período indiano de nuestra historia
“Nuestra identidad es innegablemente mestiza” nos dice Maturo y por ello tiene como característica substancial “la capacidad de dialogar con otros”, de amarlos porque son diferentes aunque para ello haya que dejar a un lado la lengua materna y alfabetizar la lengua de los otros en un proceso de muchos años para escribir una obra acerca de su cultura y su historia, convirtiéndola simultáneamente en nuestra historia, como hizo Bernardino de Sahagún. El reconocimiento del otro, la admiración por su heroicidad en la defensa de su tierra y su cultura, encarnado en los caciques Zapicán y Andayuba cuando enfrentan a Ortiz de Zarate en el relato de Martín del Barco Centenera en Argentina y Conquista del Rio de la Plata, está en el nacimiento de la alteridad, rasgo substancial de la identidad latinoamericana como nos dice Ramiro Podetti en Cultura y alteridad. 
La alteridad, precisamente, “es lo que permitió en la América Indiana –escribe Maturo- una integración no común de pueblos y culturas bajo el signo” de la catolicidad y el castellano, transformados en América por su choque-encuentro con las culturas de nuestro continente. El castellano, como ya analizamos, porque se hizo americano. El cristianismo porque acogió significados de la cultura y la religiosidad americanas, y ciertamente porque fue protagonista del período indiano, produciendo la germinación de una religiosidad popular ecuménica. 
Tal vez este proceso reconoce, del mismo modo que el de la lengua, una culminación en nuestro tiempo, con el papado de Francisco, el traslado del eje de la Iglesia Católica de Europa a América y la revalorización de la religiosidad popular latinoamericana como instrumento de los pueblos para enfrentar al consumismo y al hedonismo, patologías centrales de la sociedad global del mercado. Tal vez también, el inicio probable hacia la segunda mitad de este siglo de una etapa “americocéntrica” de la historia universal.
Maturo nos muestra otra valiosa raíz de nuestra identidad en Ruy Días de Guzmán, “defensor de la República mestiza”, como ella lo califica. El primer historiador nativo del Río de la Plata, es efectivamente un mestizo que reivindica su mestizaje y simultáneamente hecha las simientes del carácter democrático del proceso independentista tan temprano como en 1612. Díaz de Guzmán, en su Historia Argentina del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata reivindica el derecho de los asunceños nativos a designar su Gobernador –probablemente por el conocimiento de las relecciones de Vitoria y sus discípulos de la escuela salmantina- fundándose en que Dios delega el poder en el pueblo y es éste quien lo delega o quita en los gobernantes. Aquí ya no sólo está presente el humanismo popular, sino también el reclamo de justicia y de participación de todos en las decisiones comunes que es inherente al nacimiento de la identidad mestiza.
Maturo señala luego que esa identidad naciente se expresa centralmente en ese “ethos justiciero” que impregna toda la cultura emergente del proceso indiano de nuestra historia y que se revela en las obras literarias o históricas de ese tiempo. “Un modo profundo de revelar esa identidad humanista y mestiza de nuestros pueblos –nos ha dicho la autora- es el estudio de las obras literarias históricas y testimoniales” de ese tiempo que desde Luis de Miranda -el hambre que sufren los fundadores de Buenos Aires como castigo divino por la codicia y la soberbia- o Martín del Barco Centenera -crítica severa a los adelantados y funcionarios españoles-, implican el juicio ético y religioso a la conquista, aunque significan también el inicio de la simultánea construcción de una “literatura americana” y de modo más general de una estética nueva que culminará en la explosión del barroco americano. 
En su reivindicación de ese intenso período de nuestra historia, Maturo insiste en la relación inescindible entre identidad y tradición, entendiendo la tradición como continua reinterpretación del origen etiológico y recuerda a Gadamer, que asocia la tradición con los pueblos históricos, en los que se da ese doble movimiento de innovación y sedimentación que hacen de la tradición algo viviente. Fundándose en el suceder el presente histórico, y originándose en él también el pasado, la conciencia histórica se convierte en una unidad de sentido permanente, como nos decía el filósofo alemán en su conferencia en el Primer Congreso Nacional de Filosofía celebrado en 1949 en la Universidad Nacional de Cuyo. 
El peregrinaje
Maturo aborda luego a Luis de Tejeda desde otra raíz profunda de nuestra identidad, el ser peregrinos, presente tanto en muchas de las culturas más significativas de América y entre ellas en la cultura guaraní –la vida como un peregrinaje hacia la ciudad sin mal- como en las raíces helenistas arábigas de los españoles que cruzaron el mar en una nueva Odisea o caminaron miles de kilómetros en nuestro Continente, desconocido para ellos. El Peregrino de Babilonia se nos muestra así “en su sentido itinerante, tanto personal como místico y universal”, que se “hace paradigmático del peregrinaje del hombre libre en la anchurosa plaza de Babilonia-mundo” nos dice la autora. Es de alguna manera un antepasado del maravilloso peregrinaje de Juan el Romero transmutado en Juan el Indiano en el Camino de Santiago de Alejo Carpentier y es también, a un mismo tiempo, el peregrinaje de Leopoldo Marechal en su Ascenso y descenso del alma por la belleza, en la elusión de los cautiverios terrestres para alcanzar la mansión celeste.
“El peregrino americano marcha en busca del Paraíso que su propio contorno histórico nos ofrece, va en busca del Hombre Nuevo que es para el místico la suprema realidad interior, nacida sobre las ruinas del yo personal. Expresa el peregrinaje del alma hacia la Unidad a través de las criaturas y señala el destino espiritual del mundo nuevo”, nos dice Maturo. Y resume una cualidad intrínseca del ser americano, anterior pero sobre todo posterior al período indiano: el sentido de la vida para los americanos es peregrinar constantemente hacia una sociedad y un mundo capaces de albergar a todas las personas que lo habitan con justicia y capacidad de decidir en común el futuro. Es decir, un bastión inconquistable por el materialismo y el hedonismo.


Colofón
Sin el período indiano no podemos responder cabalmente la pregunta ¿quiénes somos?, porque es precisamente ese período, como nos enseña Maturo, “el que permite reconocernos como parte de esa América Latina fragmentada por intereses foráneos en el momento de su emancipación. El proyecto emancipador, hace algunos años retomado, acerca de la integración política, económica y cultural de las naciones americanas, hace aún más vigente la necesidad de integrar una memoria total, reconociendo la identidad cultural que unificó a nuestros pueblos en un destino común”. 
Como nos dice Francisco, el Papa latinoamericano, en el prólogo al libro de Guzmán Carriquiry, El Bicentenario de la Independencia de los países latinoamericanos, “la independencia de los países latinoamericanos no fue un hecho puntual que se dio en un momento sino un camino con escollos y retrocesos, un camino que aún hoy hay que seguir andando en medio de variados conatos de nuevas formas de colonialismo”.
El Humanismo en la Argentina indiana es una obra imprescindible para una adecuada formulación de la doctrina de la integración que reclama desde Brasil Marco Aurelio García, y para toda persona proyecte o piense el futuro de nuestra Argentina, que no es otro que el futuro de América, parte substancial del futuro del mundo.

16 de mayo de 2013

Un latinoamericano presidirá por primera vez la Organización Mundial del Comercio


EL BRASILEÑO ROBERTO AZEVEDO FUE ELEGIDO PRESIDENTE DE LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL COMERCIO (OMC) CON EL APOYO DE LOS PAÍSES DE AMERICA LATINA, AFRICA Y ASIA


Humberto Podetti (Foro San Martín)


Roberto Azevedo hablando en el Consejo General de la OMC

Por primera vez en la historia un latinoamericano presidirá la OMC. El brasileño Roberto Azevedo, triunfó en la elección, en cuyo último tramo compitió con otro latinoamericano, el mexicano Herminio Blanco, quien recibió el apoyo de Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Japón y México. De este modo, dos latinoamericanos expresaron las posiciones que hoy se enfrentan globalmente acerca del comercio mundial: los que sostienen que el comercio debe regularse de modo que los acuerdos sean equitativos, respeten la normas éticas, beneficien a las personas y respeten la naturaleza y los que sostienen el “libre comercio” independientemente de la capacidad de negociación de naciones y corporaciones, de la equidad de los acuerdos y cualesquiera que sean sus efectos sobre las personas y la naturaleza. El debate es substancial para el futuro porque el comercio global puede contribuir a salir de la grave crisis humanitaria en que nos encontramos –un tercio de la humanidad en condiciones de “muerte civil” como consecuencia de la aplicación del Consenso de Washington- o convertir a la sociedad de la catástrofe en una agonía crónica.  
El origen de la OMC se remonta a los Tratados de Bretton Woods, establecidos por los vencedores occidentales de la segunda gran guerra del siglo pasado. La Internacional Trade Organization (ITO), el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Reconstrucción y Fomento (luego Banco Mundial) conformaron el sistema de tres patas con el que Estados Unidos y las naciones europeas se propusieron remover las razones económicas de las devastadoras guerras que los habían enfrentado desde principios del siglo XIX.
La ITO debía proscribir el proteccionismo económico, restringiendo la utilización de los derechos aduaneros sobre las importaciones como instrumento de política económica de los países. Sin embargo, la Carta de la Habana, por la cual se creaba la ITO, recibió el apoyo de pocos países y encontró un obstáculo insalvable en la oposición de los EE.UU., cuyo Presidente no lo envió al Congreso para su ratificación. Las razones eran obvias: si EE.UU., pese a ser la potencia hegemónica emergente en la nueva situación mundial, no podía utilizar la variación del tipo de cambio como instrumento de su política económica internacional, no quería renunciar también a las barreras no arancelarias y a otras herramientas unilaterales, que tan importantes frutos le habían dado en varios momentos de su historia para desarrollar, proteger y expandir su industria. Por ello, el GATT (General Agreement on Tariffs and Trade), aunque no era una institución como el FMI y el BM, sino simplemente un tratado internacional sobre aranceles, al que se le incorporaron algunos artículos de la Carta de La Habana y se le adicionó una Secretaría, reemplazó en los hechos a la ITO. 
De ese modo, el trípode que debía sostener la primera política económica institucional global quedó constituido por el GATT, el FMI y el BM. 
En la Ronda Uruguay del GATT se constituyó la Organización Mundial de Comercio (OMC) que administra el GATT (acuerdo de aranceles y tarifas), el GATS (acuerdo sobre servicios) y el ADPIC/TRIPS (acuerdos sobre propiedad intelectual) y se introdujeron numerosas reformas al sistema.
En la realidad, dicha política sólo alcanzó a ser realmente global a partir de la crisis de la Unión Soviética y la apertura de China a las inversiones extranjeras, simultáneamente con la concesión de las zonas económicas especiales, exentas de toda regulación laboral o de medio ambiente. Por ello sus efectos sólo pudieron verse a escala planetaria a partir del Consenso de Washington de 1990, simultáneamente apogeo e inicio de la crisis terminal del sistema Yalta-Bretton Woods.  
El unilateralismo y el comercio internacional y nacional entre desiguales y sus consiguientes abusos, incrementaron la brecha entre los países más desarrollados y los de menor desarrollo y entre pobres y ricos. Ambos procesos, además, consolidaron a Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y las grandes corporaciones globales como protagonistas hegemónicos de la historia contemporánea.
Las movilizaciones populares masivas desde comienzos del siglo, la lenta emergencia de América Latina, la crisis de Europa, Estados Unidos y Japón, y la consecuente aparición de otros polos y proyectos para el mundo, están configurando un nuevo escenario.
En ese marco, tal vez sea posible que la OMC dirigida por Roberto Azevedo pueda reiniciar con otros criterios la Ronda de Doha, y establecer una nueva orientación para el comercio global, por primera vez orientado en favor de las personas, la naturaleza, la equidad y la ética. 
Reequilibrar el comercio mundial y ponerlo al servicio de los pueblos de todo el mundo y de las naciones en desarrollo, es posible, aunque requiere tres acciones diferentes: 
a) que las grandes economías abran sin restricciones sus mercados a los productos del resto de las naciones del mundo, de modo que ellas puedan competir libremente con las habilidades productivas de todas las economías, inclusive las poderosas, en esos mercados; 
b) que los países en desarrollo puedan utilizar todas las herramientas de política económica y todo el conocimiento tecnológico acumulado, de modo temporal o permanente, a los fines de desarrollar sus industrias y tecnología sin restricciones de la OMC o por la acción unilateral de los países desarrollados; 
c) que los países desarrollados incluyan en los acuerdos bilaterales que celebren eventualmente con países en proceso de integración la renuncia explícita a sus preferencias, eventualmente afectadas por dichos procesos.

6 de mayo de 2013

La política como promesa y compromiso



Presentación del libro de Jorge Becerra Línea Nacional. Informes de una militancia juvenil mendocina.

Humberto Podetti (Foro San Martín) 

Jorge Becerra con su sobrino Luis Scola

El miércoles 15 de mayo, a las 18.30, en la Casa de la Provincia de San Juan, Sarmiento 1251, Jorge Becerra presentará su libro sobre Línea Nacional, un movimiento juvenil político y social desarrollado en la Provincia de Mendoza en la década del 70, que comprometió a cientos de jóvenes cuyanos con Perón y con su pueblo. Sosteniendo a la militancia política como promesa de una Nación justa, libre y soberana, integrada en un estado continental, Línea Nacional fue una construcción política y social, pero también una escuela extendida -tan extendida como el espacio que habitaba el pueblo cuyano- de formación política. Los jóvenes eran alumnos, partícipes y actores del diálogo de Perón con su pueblo en su hogar, transformado temporalmente en aula. La función política substancial era simultánea con el aprendizaje: construir organización social y política y lograr el regreso de Perón a la Patria. El recuerdo de una Argentina que en 1955 era el país más industrializado de América Latina, tenía el más alto porcentaje de la historia universal de propietarios, trabajadores y personas con acceso a la educación en relación con el total de la población y simultáneamente avanzaba hacia la formación de los Estados Unidos de América del Sur, suministraba el entusiasmo necesario. Línea Nacional, como muchos otros movimientos juveniles, contribuyeron decisivamente al regreso de Perón. Pero la historia de Línea Nacional y por lo tanto, el libro de Becerra, son mucho más que un recuerdo nostálgico de una militancia juvenil, porque constituyen una propuesta acerca de cómo proyectar y realizar el futuro de Argentina y de América del Sur. Es que el pensamiento y la acción de Perón contienen las claves substanciales para el Siglo XXI: la integración de América en un estado continental industrial, con sociedades integradas y justas.
Jorge Aníbal Becerra, además de haber sido uno de los impulsores de Línea Nacional es ingeniero y un notable deportista. Jugó al básquet primero en San Luis, su provincia natal y luego en Mendoza, su provincia adoptiva, en el equipo del Club Guillermo Cano. Integró la selección de Mendoza en varios campeonatos nacionales. Jugó en Obras Sanitarias y como culminación de su carrera deportiva, integró la selección argentina de Basquet. Posteriormente fue asesor de la Secretaría de Deportes de la Nación; Presidente de la Liga Justicialista del Deporte; fundador y primer Presidente de la Asociación de Jugadores de Básquetbol; Presidente del Comité Ejecutivo Mundial de Básquetbol Argentina 1990, (CEMBA ´90). Es miembro de la Asociación Civil CEID (Centro de Estudios e Investigación del Deporte) y del Movimiento Social del Deporte. 

2 de mayo de 2013

Guzmán Carriquiry escribe sobre los significados y consecuencias del Papado de Francisco para América Latina


Humberto Podetti (Foro San Martín)

Guzmán Carriquiry es, como él mismo se presenta en su libro Una apuesta por América Latina, “un uruguayo, ríoplatense, mercosureño, sudamericano, latinoamericano que por las sendas desmesuradas e imprevisibles de la Providencia trabaja desde hace 30 años en el centro de la catolicidad”. Discípulo y amigo de Alberto Mehtol Ferré, profundo conocedor del pensamiento y de la historia latinoamericana y de sus grandes movimientos populares, en particular el peronismo, es actualmente Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina. El Papa Francisco prologó su libro Una apuesta por América Latina y también su segundo libro El Bicentenario de la Independencia de los países latinoamericanos. En este último prólogo Francisco destacó el criterio con que Carriquiry afronta la cuestión de la independencia de nuestras naciones señalando que “la independencia de los países latinoamericanos no fue un hecho puntual que se dio en un momento sino un camino con escollos y retrocesos, un camino que aún hoy hay que seguir andando en medio de variados conatos de nuevas formas de colonialismo” y también destaca las citas que Guzmán hace “de Methol Ferré, el genial pensador rioplatense” en relación con los proyectos de diversa naturaleza que se oponen a la unidad de nuestra América. 
El pasado 22 de abril, en la apertura  un encuentro sobre América Latina, pronunció las palabras que transcribimos.

UN PAPA LATINOAMERICANO
ALGUNAS CONSECUENCIAS  PARA EL CONTINENTE

Guzmán Carriquiry Lecour
Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina

Guzmán Carriquiry en el Zócalo, México


He aceptado con mucho gusto compartir algunas reflexiones para introducir este encuentro porque estamos ante un hecho inédito – un Papa latinoamericano – que nos exige ir más allá de esta novedad sorprendente y del entusiasmo que nos provoca para plantearnos su significación y repercusiones para América Latina. Ese es el tema que nos reúne, aunque podría ser complementado con reflexiones sobre la significación de un Papa latinoamericano para toda la catolicidad.

Es obvio que el Sucesor de Pedro no es elegido según cálculos geopolíticos. No ha sido elegido el Cardenal Bergoglio, in primis, por el hecho de ser argentino, latinoamericano. Se elige una persona que se considera que reúne experiencias y capacidades aptas para responder adecuadamente, tempestivamente, como pastor universal, a las necesidades, exigencias y desafíos que se plantean a la misión de la Iglesia en una determinada fase histórica. Pero la persona es siempre – como diría Ortega y Gasset – el yo y sus circunstancias y las circunstancias de ser latinoamericano no resultan, por cierto, un hecho indiferente o meramente adjetivo. 

El Papa Francisco es argentino, pero estoy seguro que tiene la conciencia, el orgullo y la proyección de identificarse también como latinoamericano, partícipe de ese círculo alargado de fraternidad y solidaridad, de esa originalidad histórico-cultural que llamamos América Latina, simbolizada luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe. Por formación cultural, el Padre/Obispo/Cardenal Bergoglio ha tenido siempre bien presente ese horizonte de la “Patria Grande”, de la “Nación latinoamericana”, como ama definir a América Latina. Tengo la legítima impresión de que la presencia del Cardenal Claudio Hummes junto al Papa Francisco en el balcón y momento del anuncio del nuevo papa no se debió sólo a la amistad declarada entre ellos – porque son varios los cardenales amigos del Papa Francisco – sino que sirvió además para mostrar esa imagen, ese eje Argentina-Brasil, que evoca a toda América Latina, hispano y luso parlante.

Desde hace dos años, cuando asumí la responsabilidad de Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina no me canso de destacar que más del 40% de los católicos de todo el planeta son latinoamericanos. Y que si sumamos los 52 millones de hispanos que viven en Estados Unidos estamos por el 50%, recordando también que dentro de unos 15 años los hispanos constituirán el 50% de los católicos de ese gran país. Los números no lo dicen todo, pero quienes no tienen en cuenta el peso de los números o son muy distraídos o son tontos. 

Durante el viaje que lo llevaba a San Pablo, en esas ruedas de prensa informales que se organizan en el avión, un periodista le preguntó a S.S. Benedicto XVI por su presunto eurocentrismo, y el Papa le respondió textualmente: “estoy convencido que aquí se decide, al menos en parte – y en una parte fundamental – el futuro de la Iglesia Católica: esto para mí ha sido siempre evidente”.

No es tampoco pura coincidencia que la elección de un Papa latinoamericano tenga lugar en tiempos en que América Latina se presenta como una región emergente en la escena mundial, sostenida por diez años de significativo crecimiento económico, de reducción progresiva de la pobreza, de mayor integración económica y política, de diversificación de sus relaciones políticas y comerciales, de más protagonismo en los diversos ámbitos, instituciones y alianzas internacionales. Me permito citarme, en mi libro sobre “Una apuesta por América Latina”, cuando en el capítulo titulado “La hora de la Iglesia en América”: escribía: América Latina, como región emergente, es “mediación singular” entre los mundos hiperdesarrollados y los pueblos pobres y naciones periféricas y dependientes. Ocupa el lugar de una “clase media” en la comunidad internacional, con una comunicación a 360 grados, sea con las áreas del Occidente desarrollado, sea con las regiones del Sur del mundo. Y crecen sus vínculos con la India, China y el Extremo Oriente asiático (pensemos en la “alianza del Pacífico). América Latina es un extremo Occidente mestizo. “La herencia de Occidente, la tradición católica y la incorporación en los dinamismos de la globalización encuentran en América Latina un terreno privilegiado y un banco de prueba decisivo”. 

Ahora bien, el hecho de un Papa latinoamericano no puede limitarse a ser motivo de sano y legítimo orgullo entre nuestras gentes sino de acrecidas responsabilidades. La Providencia pone a la Iglesia, pueblos y naciones de América Latina en una situación singular. Un salto cualitativo de exigencias y desafíos se le plantean.

La primera es la de dar renovado ardor, ímpetu, irradiación, en los hechos y no en la retórica eclesiástica, a la “misión continental”, propuesta y experiencia que el Papa Francisco lleva ciertamente en su corazón desde el extraordinario acontecimiento de “Aparecida” y la experiencia subsiguiente. ¿Acaso no se advierte ya que el papa Francisco está atrayendo a tantas personas que por muy diversos motivos se habían alejado de la Iglesia? ¿No es él quien llama e impulsa a evitar toda autorreferencialidad y ensimismamiento eclesiásticos para ser enviados a compartir el Evangelio en todas las periferias humanas del sufrimiento, de la pobreza, de la indiferencia? Una oportunidad providencial, educativa y misionera, se plantea ya respecto a los millones de jóvenes latinoamericanos que participarán en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, sea en la inmediata preparación, en la realización y en el seguimiento posterior de ese gran evento, para que la tradición cristiana se haga carne y sangre de las nuevas generaciones.

No pocos artículos periodísticos en Europa han visto el pontificado de Francisco a modo de reacción contra el crecimiento de comunidades cristianas evangélicas y sectas, así como la difusión del secularismo, en América Latina. Mucho más que reacción contra secularismo y  sectas, el Papa Francisco es muy propositivo: invita a compartir la belleza de la experiencia cristiana, por desborde de gratitud y alegría en el encuentro con Jesucristo. Transmite el Evangelio sine glosa.  Está mostrando con su ejemplo y palabras lo que quiere de todos los Pastores como cercanía misericordiosa y evangelizadora a su propio pueblo, así como lo que quiere de todos los bautizados. Ya sacude de los letargos y de las aparentes comodidades a quienes pretenden seguir viviendo de rentas de un patrimonio cristiano sometido a fuerte erosión. Despertará a muchos cristianos dormidos, quedará más alimentada aún la religiosidad popular y sus manifestaciones, crecerá el sentido de pertenencia a la Iglesia católica. Pondrá, en efecto, a la Iglesia y a los pueblos latinoamericanos en “movimiento”. 

Una segunda cuestión que se plantea a la Iglesia en América Latina es, ¡nada menos!, la de saber reasumir, recapitular, incorporar a sí, toda la riqueza de la gran tradición católica  en santidad, doctrina, cultura, caridad y misión, para dar un salto de cualidad en la conciencia y ministerio de sus Pastores, en la formación teológica, cultural, espiritual de sus sacerdotes, en la fidelidad carismática y misionera de los consagrados, en el crecimiento cristianos de todos los bautizados. Si esa tradición católica ha vivido su flujo y su propagación, sobre todo, en los itinerarios históricos de Europa, el pantano cultural del Viejo Continente y su crisis depresiva, requieren a la Iglesia católica superar toda tentación eurocéntrica. El actual pontificado ha de dejar atrás lo que queda de una imagen residual de la Iglesia latinoamericana como periférica, muy vital pero sin mayor consistencia, “iglesia reflejo” más que “iglesia fuente”, muy generosa pero con dosis de confusión, para asumir ahora todas las exigencias que conlleva su centralidad emergente en la “multipolaridad” católica y una exigente y renovada solicitud apostólica universal. 

Me parece también evidente que el pontificado del Santo Padre Francisco conllevará el peso de una mayor presencia de la Iglesia en la vida pública de los países latinoamericanos y en el camino de sus sociedades hacia metas de mayor justicia, equidad, fraternidad y bien común. Le dará mayor libertad evangélica, lejos de reducirse a ser o antagonista o sacristana de los regímenes políticos. La hará más próxima a la realidad de sus pueblos, más compenetrada a sus necesidades, sufrimientos y esperanzas, más caritativa y solidaria con los pobres, más pueblo de Dios en los pueblos. Tendrá más peso y repercusiones la palabra profética que alzará contra todo lo que atente contra la dignidad de la persona, la familia y las naciones. Pondrá más alerta a los pueblos ante la difusión de los subproductos culturales de la sociedad del consumo y del espectáculo. Difundirá una cultura de la vida, de la vida verdadera, para bien de las naciones. Ayudará, pues, a abrir nuevas vías y modelos de convivencia, precisamente cuando los regímenes ateos del socialismo real se han derrumbado y dejado devastaciones humanas y los paradigmas neoliberales, idólatras de la riqueza, han mostrado ya sus secuelas de impotencias e inequidades. La Iglesia en América Latina estará llamada y fortalecida por el pontificado del Papa Francisco en reconocer y alentar a los pueblos como sujetos de su propio desarrollo, en fraternidad y solidaridad, y no como clientelas asistidas o masas de maniobra asimiladas por el poder de turno. Estará desafiada a  demostrar que el Evangelio es la mejor respuesta, la más adecuada y satisfactoria, a la sed de felicidad y justicia que laten en el corazón de los latinoamericanos y en la cultura de sus pueblos. No creo que pueda construirse nada de auténticamente popular, nacional y latinoamericano, dejando de lado la presencia y contribución de la Iglesia católica.

Prever dichas tendencias y posibilidades no quiere decir que los latinoamericanos sepamos afrontarlas como protagonistas. Desperdiciar este tiempo providencial tendría consecuencias nefastas para los pueblos latinoamericanos y para toda la catolicidad. Dios nos pone ante tremendos desafíos, que parecen desproporcionados,  pero nunca falta su gracia para sostenernos.