8 de abril de 2013

Cristóbal Colón


Cristóbal Colón inauguró el período indiano de nuestra historia, en el que se forjó nuestra cultura mestiza y revolucionaria, profundamente humanista, que hoy se expresa en el Consenso del Cusco

La estatua por la que le rendimos homenaje debe ser mantenida en su lugar

Humberto Podetti (Foro San Martín)

Al mundo le faltaba América y a la humanidad, los americanos. Les faltaba el sentido de la vida de los nahuas –que tanto nos recuerda el Descenso y ascenso del alma por la belleza de Leopoldo Marechal-. También les faltaba la realización del trabajo como solidaridad y reciprocidad de la minc’a y la mit’a incas que siguen practicándose de Colombia a Chiloé. Y más aún les faltaba la comprensión del poder creador de la palabra y el sentido la ciudad sin mal de los guaraníes –ingrediente substancial del pensamiento latinoamericano como nos dice Graciela Maturo en La razón ardiente-.  
La hazaña de Colón al establecer una ruta de navegación entre América y Europa, hizo posible la universalización de la historia humana, las primeras reflexiones ante una humanidad por fin completa y el nacimiento de un humanismo que afirmó por primera vez el derecho de todos los hombres y todas las mujeres a pertenecer a una comunidad organizada y a gobernarse a sí mismos.  
Por cierto que también abrió el camino para la conquista, la destrucción, el martirologio, la esclavitud. Pero la cosmovisión de Colón fue premonitoriamente la de “un mestizo de dos mundos, de dos historias que se contradicen y se niegan”, y con esa cosmovisión fue el autor “del mayor acontecimiento cosmográfico y cultural registrado en dos milenios de historia de la humanidad”, como escribe Augusto Roa Bastos en su Vigilia del Almirante. La amistad de Colón con Fray Bartolomé de las Casas –autor del primer tratado sobre derechos humanos de la historia- inclinó su alma hacia la crítica de la conquista y la comprensión del poder germinal del encuentro de pueblos y culturas.  
Por ello Colón inauguró el período indiano de nuestra historia, en el que frente a cada acto inhumano hubo un Montesinos o un de las Casas, alzando sus voces y sus puños, un Vasco de Quiroga fundando pueblos de indios e ibéricos, un Bernardino de Sahagun alfabetizando el náhuatl, un José de Anchieta alfabetizando el tupí guaraní, un José de Acosta esbozando tres siglos antes de Darwin –y con sentido humanista y liberador- la teoría de la evolución, un Roque González fundando ciudades sin mal guaraníes, un Inca Garcilaso presentando la historia y la cultura de los antiguos peruanos, un Vitoria proclamando que la soberanía reside en el pueblo y que todos las personas tienen derecho a ser propietarias y a tomar parte en las decisiones políticas.  
Cristóbal pensaba, hablaba y escribía en castellano. El mismo castellano cuya transformación en una lengua americana comenzaron Sahagún y Anchieta y tantos otros, incorporándoles los sentidos y valores de las culturas americanas. El castellano por el que ya transformado en nuestra lengua, optó José María Arguedas, abandonando el quechua materno, para escribir sus cuentos y novelas, porque ya se le había comunicado “nuestro espíritu…y porque el castellano está embebido en el alma quechua”.  
La conmoción profunda de Colón y su deslumbramiento y asombro cuando acabó de comprender que estaba ante un nuevo mundo –redondo, completo, que volvía a pensarse desde sus orígenes en América- está en el germen de ese período de tres siglos que produjo el movimiento independentista y culminó en los grandes movimientos populares del siglo XX y nuestro siglo.  Nuestra América es historia, cultura y geografía íntegras, desde que el primer homo sapiens pisó su suelo hasta nuestros días. Y en esa historia Colón tiene un lugar preciso e inamovible. 

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