La elección de Francisco ha provocado una
conmoción en el mundo y un renovado interés por Argentina, América Latina y el
peronismo. La
milenaria Iglesia católica es una de las más importantes instituciones
universales y el testimonio del nuevo Obispo de Roma en su compromiso con los desheredados, los excluidos, los millones de
“muertos civiles” que ha provocado la sociedad global del mercado,
cuestiona al mundo. Y el mundo procura entender por qué y para qué la Iglesia eligió a
este hombre, que practicó desde siempre un cristianismo completo. Reproducimos el artículo de Juan Arias, que
reflexiona en torno de la “política” de Francisco.
Tema del día:
¿Y el mundo
político?
Juan Arias
(Diario El País, Madrid, 30-3-13)
Y el mundo político se encuentra perdido en una
profunda crisis, no sólo económica sino también de valores, huérfano de
liderazgo, en plena revuelta civilizatoria sin saber por dónde tirar.
Ambas instituciones, la religiosa y la laica,
se arrastran sin horizontes para sus jóvenes generaciones, dando palos de ciego.
En ese panorama, la Iglesia , con sus dos mil
años de historia, sus santos y demonios, sus inquisiciones y sus mártires de la
caridad, ha conseguido encontrar un líder mundial cuando empezaba a
resbalar por el barranco de la desesperanza.
Y lo ha hecho a través de un puñado de
cardenales, la mayoría ancianos y conservadores, reunidos durante dos semanas
en Roma, sin grandes alharacas y revestidos de misterios y secreto, pero que se
dieron cuenta que el eje del mundo ha cambiado, ya no es Europa, sino que se ha
trasladado a los países emergentes. La Iglesia acabó viéndolo y se fue a buscar el nuevo
líder a las Américas.
"Me buscaron muy lejos", subrayó
significativamente el papa Francisco al aparecer en el balcón la tarde de su
elección.
El papa Francisco, que sigue llamándose
sacerdote y obispo, no papa, se ha convertido, en menos de un mes al mando de
la nave Iglesia, en el personaje más en vistas del planeta, como un día lo
fueron un Gandhi o un Luther King.
Con un puñado de gestos simbólicos, ha dado
rienda suelta a una auténtica revolución religiosa y política que empieza a
resonar más allá de la misma Iglesia.
¿Y el mundo político qué está esperando?
Una vez Stalin preguntó cuántos ejércitos tenía
el papa de Roma.
Hablaba de armas, pero la Iglesia es un ejército con
otras armas en sus manos, que empezaban a oxidársele: es una institución, a
pesar del peso de errores que arrastra, de las mejor organizadas del mundo, que
cuenta con la friolera de:
- 1.200 millones de fieles,
- un ejército de más de 1.000.000 de sacerdotes
y religiosos,
- con 114.736 instituciones asistenciales en el
mundo;
- 5.246 hospitales;
- 74.000 dispensarios y leproserías;
- 15,208 residencias de ancianos incurables;
- 1.046 universidades;
- 205.000 colegios;
- 70.000 asilos nido con 7.000.000 de alumnos;
- 687.282 centros sociales y
- 131 centros de personas con sida en 41 países.
Una vez el líder comunista italiano Enrico Berlinguer, que no era creyente pero acompañaba los domingos a
misa, a su mujer e hijos que sí lo eran, a los que esperaba en la puerta de la Iglesia , solía decir: “Si
nosotros los comunistas tuviésemos a un millón de mujeres y hombres, como las
monjas y religiosos católicos, con voto de obediencia y dispuestos a cualquier
sacrificio, haríamos una verdadera revolución social”.
Y es esa revolución social la que el nuevo papa
Francisco ha empezado a llevar a cabo en la Iglesia y que el mundo político parece
incapaz de hacerla, sumergido en sus recetas de sacrificios y recortes a los
más débiles, mientras se multiplica como una cizaña maligna, la corrupción de
políticos y banqueros.
Si al mundo de hoy le falta un gran líder,
capaz de devolver esperanza y abrir nuevos horizontes a una sociedad
desencantada y en ruinas, la
Iglesia parece haberlo encontrado.
Y no un líder encerrado en sus rezos, con una
visión arcaica y autoritaria de la fe, sino alguien que ha pedido a los
soldados de ese ejército hoy bajo su mando, que dejen de ser “coleccionadores
de antigüedades” y cultivadores de “teologías narcisistas” y se vayan a
manchar sus pies con el barro “de las periferias del mundo”, donde se
encuentran los más explotados por el poder.
Un jesuita que posee “racionalidad y fe”, como
afirman quienes le conocen de cerca, que además de teología ha estudiado
psicología y literatura, y que al mismo tiempo ha escogido como símbolo papal
un “corazón franciscano”, puede llegar a ser más que un mero líder espiritual
de una Iglesia.
Sus antecedentes como arzobispo y cardenal de
Buenos Aires y sus primeros gestos de desapego a las apariencias y símbolos del
poder vaticano para poner su énfasis en una Iglesia que debe ser “pobre y para
los pobres”, lo están ya convirtiendo también en una referencia política
y social del mundo.
Es justamente el mundo el que está entendiendo
-de ahí la perplejidad y hasta miedo de ciertos políticos- que el papa
Francisco, no es sólo un religioso que se contentará con lavar los pies a los
pobres y visitar favelas.
Los poderosos han empezado a entender que
apostar por los desheredados de la
Tierra , por la escoria del mundo, por los desahuciados, no
sólo para consolarlos sino también para elevarles social y culturalmente, para
despertar en ellos la fuerza de su dignidad como personas, sus derechos y su
espíritu crítico, equivale a una nueva revolución mundial.
Y que su mentor puede acabar siendo más que un mero líder espiritual.
Y que su mentor puede acabar siendo más que un mero líder espiritual.
El papa Francisco le dice al rabino judío
argentino Skorka, en su libro ‘Entre el cielo y la tierra’ que a él
“le gusta la política”, concebida como "la fuerza responsable del
bienestar de la gente".
Le cuenta que cuando se encuentra con
agnósticos y ateos “no les habla de Dios”, sino que les pregunta si están
dispuestos a empeñarse en la lucha contra las injusticias perpetradas contra
los más desamparados del sistema, ya que eso le basta. “Sólo les hablo de Dios
si ellos me hablan”, comenta.
A una madre que desesperada, se le quejaba, en
Buenos Aires, de que su hijo joven había abandonado la fe, el entonces cardenal Bergoglio, le preguntó:
- “¿Sigue su hijo siendo una buena persona que
se interesa por los demás?”
La mujer le dijo que sí.
- “Entonces quédese tranquila. Su hijo sigue
creyendo en lo que debe creer”, la consoló.
Un líder así, puede crear esperanza en unos y
temores en otros, ya que está pidiendo a una Iglesia anquilosada y en buena
parte aburguesada, que salga de la retaguardia para ir a combatir a la primera
línea del frente, puede acabar convirtiéndose en una referencia mundial de lo
que el teólogo Boff llama
“un liderazgo no autoritario, de valores universales en el que lo importante no
es ya la institución Iglesia sino la humanidad y la civilización que hoy pueden
ser destruidas”.
Como un día surgieron líderes capaces de
sacudir al mundo como Gandhi, Luther King o Mandela, entre otros, es posible
que a esa lista de líderes contra la violencia y contra las discriminaciones de
los diferentes, haya que añadir pronto al papa Francisco.Eso si le dejan actuar en paz, sin blindarle en los
palacios vaticanos, que por ahora ha descartado, impidiéndole de acercarse y de
escuchar demasiado a la gente.
En Brasil, para el viaje a Río del papa, el
próximo julio, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud , las autoridades
le han preparado un blindaje de 750 policías civiles y militares para proteger
su vida, y que le acompañarán día y noche.
No será fácil, sin embargo, blindar del todo a
un papa que ha pedido a los sacerdotes del mundo entero que no tengan miedo de
"perder la propia vida”, si su empeño social y religioso se lo exigiera.
Jesús fue crucificado con poco más de 30 años.
Los primeros cristianos, apóstoles, obispos y papas acabaron todos mártires de
su fe y de su desobediencia al poder que les pedía que se arrodillase ante él.
El viernes santo pasado, el papa Francisco se echó en la Iglesia de bruces al suelo
en adoración no a los poderes del mundo. Lo hizo en señal de fidelidad a aquel
Jesús que predicaba que “quien defiende la propia vida la perderá” y que
los "que se humillan serán ensalzados".
Los cobardes, al final, son ya vivos muertos,
como decía Gandhi.
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