Humberto Podetti (Foro San Martín)
Francisco en la favela Varginha
Nuestro siglo tiene ya una característica definida: la movilización de multitudes en todas las naciones del mundo, alzándose contra la injusticia, la desigualdad y la exclusión de la sociedad. También contra la insolencia de los que afirman que esa situación no tiene responsables y de los que “miran para otro lado” como dijo Francisco en su homilía en Lampedusa.
Hasta las recientes movilizaciones en Brasil nadie escuchaba a las multitudes y mucho menos admitía, como por primera vez lo hizo Dilma, que todo gobierno debe estar al servicio de la “voz de la calle”. Los expertos y los politólogos sostenían que las puebladas eran inútiles, que no había modo en que pudiesen participar en las decisiones respecto de su futuro o del de sus naciones. Que a lo sumo podían provocar la caída de gobiernos o regímenes, pero que los nuevos gobiernos tampoco los expresarían.
Sin embargo, las movilizaciones continúan en todas las calles del mundo. Y también en la web, en una asamblea global virtual, desordenada pero substanciosa, que EEUU, Europa y China espían temerosos.
Las movilizaciones no van a cesar. Porque hay una conciencia global respecto de que la actual situación de crisis humanitaria del mundo tiene responsables concretos e identificables, personas, políticas, gobiernos, corporaciones económicas.
Pero sobre todo porque movilizarse y reclamar trabajo, alimentos, salud, acceso al conocimiento y a la propiedad, confiere sentido a su vida como personas y como comunidades. Recuperar el sentido de la vida en la lucha por transformar su comunidad, su pueblo, su nación y el mundo en espacios de justicia y dignidad recrea simultáneamente la esperanza y la alegría en los sumergidos, los excluidos, los condenados de la tierra.
Desde el momento inicial de su pontificado, Francisco los ha puesto en el centro del proceso contemporáneo y en Río les ha reclamado que se hagan cargo de la construcción del futuro: “Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes en muchas partes del mundo han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los jóvenes en las calles son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean protagonistas: ustedes son los que tienen en sus manos el futuro”.
Francisco ha entablado un diálogo sorprendente con esas multitudes, primero con sus enternecedores abrazos a los niños, los enfermos, los excluidos, los desamparados, los presos. Luego con sus palabras y su capacidad de escuchar y comprender. Con su testimonio nos propone una revolución en un mundo desquiciado y sin sentido: volver a poner a Dios y con él al prójimo en el centro del sistema mundial, transformando la globalización del egoísmo y la indiferencia en la globalización de la solidaridad.
Sus escasos cuatro meses de pontificado ya lo han convertido en el Papa de los pueblos. Y en los pueblos Francisco encuentra a Dios y en ese encuentro también la sabiduría y la energía, la alegría y la esperanza.
Las multitudes siguen en la calle y en la web, pero ahora además tienen un líder espiritual. Que le ha hablado al mundo desde Río en castellano y en portugués, las lenguas cada vez más universales de América latina, el continente de la esperanza, del humanismo y la religiosidad popular.
Sus mensajes han sido claros y fuertes: “Ningún esfuerzo de pacificación será duradero para una sociedad que ignora, margina y abandona en la periferia a una parte de sí misma. La medida de grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza”.
Ha pedido a los jóvenes que superen el desengaño de la política ante el egoísmo y la corrupción de muchos políticos. “El futuro exige la tarea de rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad”. También exige “una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas; una política que evite el elitismo y erradique la pobreza, que a nadie le falte lo necesario y que asegure a todos dignidad y solidaridad”. Y les ha hablado acerca de cómo hacer política: ”entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo con el pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva, la cultura popular, la universitaria, la cultura artística, la tecnológica, la cultura económica, la de la familia, la de los medios de comunicación… La única manera de que la vida de los pueblos avance es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden recibir algo bueno a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios; a esa actitud yo la llamo humildad social”.
También ha denunciado que “esta civilización mundial se pasó de rosca, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos. Exclusión de los ancianos, una especie de eutanasia escondida, pero también eutanasia cultural: no se les deja hablar, no se les deja actuar. Y exclusión de los jóvenes. El porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo, sin empleo, es muy alto, y es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo”.
Y nos ha recalcado que “la hermandad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no son una utopía” y que “el desafío ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes”.
También que es necesario evitar “el reduccionismo socializante, desde el liberalismo de mercado hasta la categorización marxista”.
Destacó las virtudes de un estado laico: “La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicicidad del estado que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”.
También y a
propósito de la Comisión Episcopal para la Amazonia hizo “un vigoroso
llamamiento al respeto y la custodia de toda la creación, que Dios ha confiado
al hombre, no para explotarla salvajemente, sino para que la convierta en un
jardín”.
La profundidad y la
universalidad de las palabras y los testimonios de las Jornadas Mundiales de la
Juventud suministran alimento espiritual y doctrinario para mucho tiempo.
Con su compromiso
con el Evangelio, expresado en su testimonio personal, en sus palabras, en su
alegría y en su sumergirse en los excluidos, los abandonados, los hambrientos,
Francisco nos ha convocado a los viejos a
que no claudiquemos en ser la reserva cultural de nuestros pueblos, la reserva
que trasmite la justicia, la historia, los valores, la memoria del pueblo. Y ha
convocado a los jóvenes a que hagan lío, que salgan a luchar por los valores,
para que la esperanza no se acabe, para cambiar la realidad, para que no se
habitúen al mal, sino a vencerlo en sí mismos y en la sociedad.
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