3 de septiembre de 2012

Nuevas alianzas: Rusia ingresó a la OMC … y al Grupo Cairns

I.I. Shishkin "Pinar" 



Rusia ha dejado de ser hace pocos días la única potencia económica fuera de la Organización Mundial de Comercio (OMC), y se convirtió en el socio nº 156 de esta institución, que media en los conflictos entre países y establece las normas básicas que regulan el comercio internacional. De inmediato solicitó su incorporación al Grupo Cairns de la OMC.
Las negociaciones para el ingreso ruso a la OMC llevaron 18 años, y se vieron influidas por la pugna interna entre concepciones nacionalistas y liberales. El presidente Vladimir Putin firmó la ley que subordina la legislación rusa a las normas de la OMC el 21 de julio, un documento que la Duma y el Consejo de la Federación habían aprobado tan solo unos días antes. En contra había votado toda la oposición, alegando unos que Rusia realiza una inadmisible cesión de soberanía, y otros, que el país no está preparado aún para el ingreso. Además, recurrió ante el Tribunal Constitucional, que falló a favor del ingreso en tiempo récord.
Putin apuesta por la incorporación para estar entre quienes formulan las reglas de juego y para tener instrumentos legales contra el proteccionismo que frena las exportaciones rusas a la Unión Europea y a EE UU.
Pero el hecho importante para los países suramericanos – y aquellos que comparten nuestra posición en el comercio internacional – es la decisión rusa de unirse en el acto al Grupo Cairns.
Este grupo, fundado en la ciudad australiana de Cairns en 1986, se propone que la OMC exija la eliminación de todas las medidas que distorsionan el comercio internacional de productos agrícolas e impiden que los países productores accedan a todos los mercados y reciban los precios justos por sus productos. El grupo está formado por Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Filipinas, Guatemala, Indonesia, Nueva Zelanda, Pakistán, Paraguay, Perú, Sudáfrica, Tailandia y Uruguay y ahora también por Rusia.
La importancia de su ingreso es que incrementa significativamente el poder de negociación del Grupo, porque Rusia provee la mayor parte del gas que consume la Unión Europea, quien por su parte es uno de los actores más arbitrarios e injustos en el comercio de productos agrícolas.
El gas llega a  Europa a través de un sistema de gasoductos que es propiedad de GAZPROM, un gigante cuya propiedad es en un 60 % rusa y en un 40 % de las empresas alemanas E.ON (entre las más grande empresas de energía del mundo) y BASF (una de las más grandes empresas químicas). A raíz de la grave crisis europea, a Alemania le cuesta vender sus productos a los países de la periferia de la UE y aspira a celebrar un Tratado de Libre Comercio con el MERCOSUR. Y el MERCOSUR exige la eliminación de las políticas que cierran el mercado europeo a nuestros productos agropecuarios.
Así, el dueño del gas que consumen los europeos y los propietarios de la empresa que lo traslada estarían de acuerdo en que se abran los mercados y se pague el precio justo por los alimentos que producimos los sudamericanos.
Si se cumpliera, es una buena noticia. Distribuido adecuadamente el incremento de ingresos que puede producir el precio justo, alcanzaría, por ejemplo, para hacer propietarios a todos los argentinos, restablecer el pleno funcionamiento de los ferrocarriles, concluir el anillo de fibra óptica en América del Sur e independizarnos de los sistemas de Internet extra continentales, o capitalizar el Banco del Sur de modo de tener un Banco continental de desarrollo solidario que financie las grandes obras de interconexión sudamericana y también el desarrollo de pequeñas y medianas empresas en todo el continente.


FSM.

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