16 de mayo de 2013

Un latinoamericano presidirá por primera vez la Organización Mundial del Comercio


EL BRASILEÑO ROBERTO AZEVEDO FUE ELEGIDO PRESIDENTE DE LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL COMERCIO (OMC) CON EL APOYO DE LOS PAÍSES DE AMERICA LATINA, AFRICA Y ASIA


Humberto Podetti (Foro San Martín)


Roberto Azevedo hablando en el Consejo General de la OMC

Por primera vez en la historia un latinoamericano presidirá la OMC. El brasileño Roberto Azevedo, triunfó en la elección, en cuyo último tramo compitió con otro latinoamericano, el mexicano Herminio Blanco, quien recibió el apoyo de Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Japón y México. De este modo, dos latinoamericanos expresaron las posiciones que hoy se enfrentan globalmente acerca del comercio mundial: los que sostienen que el comercio debe regularse de modo que los acuerdos sean equitativos, respeten la normas éticas, beneficien a las personas y respeten la naturaleza y los que sostienen el “libre comercio” independientemente de la capacidad de negociación de naciones y corporaciones, de la equidad de los acuerdos y cualesquiera que sean sus efectos sobre las personas y la naturaleza. El debate es substancial para el futuro porque el comercio global puede contribuir a salir de la grave crisis humanitaria en que nos encontramos –un tercio de la humanidad en condiciones de “muerte civil” como consecuencia de la aplicación del Consenso de Washington- o convertir a la sociedad de la catástrofe en una agonía crónica.  
El origen de la OMC se remonta a los Tratados de Bretton Woods, establecidos por los vencedores occidentales de la segunda gran guerra del siglo pasado. La Internacional Trade Organization (ITO), el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Reconstrucción y Fomento (luego Banco Mundial) conformaron el sistema de tres patas con el que Estados Unidos y las naciones europeas se propusieron remover las razones económicas de las devastadoras guerras que los habían enfrentado desde principios del siglo XIX.
La ITO debía proscribir el proteccionismo económico, restringiendo la utilización de los derechos aduaneros sobre las importaciones como instrumento de política económica de los países. Sin embargo, la Carta de la Habana, por la cual se creaba la ITO, recibió el apoyo de pocos países y encontró un obstáculo insalvable en la oposición de los EE.UU., cuyo Presidente no lo envió al Congreso para su ratificación. Las razones eran obvias: si EE.UU., pese a ser la potencia hegemónica emergente en la nueva situación mundial, no podía utilizar la variación del tipo de cambio como instrumento de su política económica internacional, no quería renunciar también a las barreras no arancelarias y a otras herramientas unilaterales, que tan importantes frutos le habían dado en varios momentos de su historia para desarrollar, proteger y expandir su industria. Por ello, el GATT (General Agreement on Tariffs and Trade), aunque no era una institución como el FMI y el BM, sino simplemente un tratado internacional sobre aranceles, al que se le incorporaron algunos artículos de la Carta de La Habana y se le adicionó una Secretaría, reemplazó en los hechos a la ITO. 
De ese modo, el trípode que debía sostener la primera política económica institucional global quedó constituido por el GATT, el FMI y el BM. 
En la Ronda Uruguay del GATT se constituyó la Organización Mundial de Comercio (OMC) que administra el GATT (acuerdo de aranceles y tarifas), el GATS (acuerdo sobre servicios) y el ADPIC/TRIPS (acuerdos sobre propiedad intelectual) y se introdujeron numerosas reformas al sistema.
En la realidad, dicha política sólo alcanzó a ser realmente global a partir de la crisis de la Unión Soviética y la apertura de China a las inversiones extranjeras, simultáneamente con la concesión de las zonas económicas especiales, exentas de toda regulación laboral o de medio ambiente. Por ello sus efectos sólo pudieron verse a escala planetaria a partir del Consenso de Washington de 1990, simultáneamente apogeo e inicio de la crisis terminal del sistema Yalta-Bretton Woods.  
El unilateralismo y el comercio internacional y nacional entre desiguales y sus consiguientes abusos, incrementaron la brecha entre los países más desarrollados y los de menor desarrollo y entre pobres y ricos. Ambos procesos, además, consolidaron a Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y las grandes corporaciones globales como protagonistas hegemónicos de la historia contemporánea.
Las movilizaciones populares masivas desde comienzos del siglo, la lenta emergencia de América Latina, la crisis de Europa, Estados Unidos y Japón, y la consecuente aparición de otros polos y proyectos para el mundo, están configurando un nuevo escenario.
En ese marco, tal vez sea posible que la OMC dirigida por Roberto Azevedo pueda reiniciar con otros criterios la Ronda de Doha, y establecer una nueva orientación para el comercio global, por primera vez orientado en favor de las personas, la naturaleza, la equidad y la ética. 
Reequilibrar el comercio mundial y ponerlo al servicio de los pueblos de todo el mundo y de las naciones en desarrollo, es posible, aunque requiere tres acciones diferentes: 
a) que las grandes economías abran sin restricciones sus mercados a los productos del resto de las naciones del mundo, de modo que ellas puedan competir libremente con las habilidades productivas de todas las economías, inclusive las poderosas, en esos mercados; 
b) que los países en desarrollo puedan utilizar todas las herramientas de política económica y todo el conocimiento tecnológico acumulado, de modo temporal o permanente, a los fines de desarrollar sus industrias y tecnología sin restricciones de la OMC o por la acción unilateral de los países desarrollados; 
c) que los países desarrollados incluyan en los acuerdos bilaterales que celebren eventualmente con países en proceso de integración la renuncia explícita a sus preferencias, eventualmente afectadas por dichos procesos.

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