Pintura de Miguel Barceló |
Comenzamos este blog del Foro San Martín con la idea de
hacer más accesible el pensamiento que durante siglos se ha ido elaborando en
nuestra Amèrica. Y contribuir a actualizarlo.
Al estar insertos en un proceso de unidad en marcha
acelerada – y conscientes de que en él se expresan distintos proyectos – nos
convertimos también, junto a nuestra página en Facebook en un portal de
noticias muy informal, para divulgar noticias que los medios convencionales no
registran, o para hacerlo con nuestro propio enfoque.
Ahora en este posteo pasamos a ocuparnos de un asunto
formalmente lejano: una guerra en el norte de África. Y tomamos una nota del
corresponsal en París del diario español y monárquico ABC. Nos parece que da una visión ajustada a la realidad de la
tradición francesa de intervenciones militares, y su continuidad durante
distintos gobiernos.
Es un dato importante del mundo en que vivimos. Y – no
obstante nuestras buenas relaciones con Francia y con la Unión Europea – los
Ministerios que participan del Consejo de Defensa Suramericano deben tomar nota
que la Guayana Francesa - oficialmente Guyane – es considerada un
departamento de ultramar de Francia y una región ultraperiférica de la Unión Europea
La
Constitución de la V República confiere
al jefe del Estado, elegido a través del sufragio universal, unos solitarios
poderes excepcionales en materia de seguridad y defensa: es jefe del Estado
Mayor de los ejércitos, puede lanzar y dirigir personalmente operaciones
militares en el exterior, y tiene en los sótanos de su despacho la célula
militar desde donde puede lanzar un ataque o respuesta atómica.
Tras
la independencia, la Francia
del general De Gaulle negoció una veintena de acuerdos de seguridad, defensa y
cooperación militar con sus antiguas colonias, en virtud de las cuales París
puede intervenir militarmente «a la demanda» de los gobiernos amigos y aliados.
Ese es el fundamento diplomático, institucional de medio centenar de
intervenciones militares en sus antiguas colonias en el último medio siglo.
Todos
los presidentes de la V
República, De Gaulle, Pompidou, Giscard, Mitterrand, Chirac,
Sarkozy y Hollande, han utilizado esas prerrogativas institucionales para
dirigir un rosario de campañas militares en África, presentadas siempre con la
misma cobertura diplomática: «ayudas a nuestros aliados», «preservar la
integridad del Estado» (países creados por Francia), «asegurar los intereses
nacionales». Entre ellos, las minas de uranio en Níger (fronterizo con Malí),
posiciones militares en Chad, inversiones y alianzas en Zaire, Costa de Marfil,
Centroáfrica, Gabón, Togo y Ruanda.
Desde
De Gaulle a Hollande, cada presidente francés ha dirigido a su manera las
distintas operaciones militares en las antiguas colonias. Durante muchos años,
los analistas militares más calificados estimaban que Francia era una
«monarquía nuclear». La tercera potencia atómica mundial (tras Estados Unidos y
Rusia) ofrecía a su presidente unos poderes militares excepcionales y un «sable
atómico», un parque de artillería nuclear que tuvo una importancia estratégica
durante varias décadas.
De
Gaulle ejerció la función presidencial con una grandeza de otra época: sacó a
Francia de la estructura militar de la Alianza Atlántica,
negoció la independencia de Argelia y la descolonización, puso los cimientos
industriales, militares y conceptuales de su «monarquía nuclear».
Giscard
dirigió en persona la operación «Leopardo», el envío de paracaidistas a
Kolwezi, en Zaire, para liberar a unos 3.000 civiles secuestrados por los
rebeldes del Frente de liberación nacional del Congo (FLNC). En Chad, Giscard
también afrontó personalmente las operaciones de un conflicto secular, teñido
de dramatismo por un secuestro célebre.
Durante
el doble mandato del François Mitterrand, el primer presidente socialista desde
el Frente Popular también se comportó como «monarca absoluto» y dirigió
conflictos e intervenciones militares en África. Mitterrand se complacía en la
imagen del «monarca» de otra época: utilizó el arma nuclear y los ejércitos
nacionales como parte esencial de la panoplia de recursos militares que
ofrecían y ofrecen unas posibilidades de influencia excepcionales. Mitterrand
jugó un papel significativo en la campaña de los euromisiles, apoyó a Margaret
Thatcher durante la Guerra
de las Malvinas y decidió la participación francesa en la primera Guerra del
Golfo.
En
1994, en Ruanda, un gobierno formado por políticos de la etnia hutu intentó
exterminar a la minoría tutsi. Hubo decenas o centenares de miles de asesinatos
con arma blanca. Se ha discutido sin llegar a una conclusión definitiva cuál
fue la posible responsabilidad de las tropas francesas estacionadas en la
región. Así como el oscuro papel que pudieron jugar pasivamente los ministros
de Defensa de Mitterrand y Chirac más tarde. Quedan en la sombra los informes e
informaciones ultraconfidenciales que conocían el jefe del Estado y el gobierno
francés ante un pavoroso intento de genocidio étnico.
El
sucesor de Mitterrand, Jacques Chirac tuvo desde niño una inconfesable vocación
de capitán de una guardia de mosqueteros. Elegido presidente, consagró a su
función de jefe de los Ejércitos una dimensión militar y ornamental importante.
Chirac era feliz dirigiendo operaciones militares que doraban la imagen
«monárquica» de una Francia presta a intervenir durante su mandato en Costa de
Marfil, en las Comores, en Chad.
Nicolas
Sarkozy, por su parte, encontró en la guerra de Libia que derrocó el régimen de
Gadafi —viejo adversario militar de Francia en Chad— el conflicto ideal para
dorar la imagen nacional e internacional de un presidente presto a usar el
sable en terrenos estratégicos donde estaban en juego intereses nacionales y
europeos.
El
terrorismo y el secuestro de franceses en Chad, Argelia, Níger, en Somalia, ha
sido una constante a lo largo de medio siglo de intervenciones militares en
África. En Kolwezi, Giscard dirigió una operación antiterrorista excepcional.
Mitterrand, Chirac y Sarkozy tuvieron que afrontar crisis menos brillantes, más
trágicas. Hollande se enfrenta a los mismos problemas de siempre, agravados por
la incertidumbre.
La
campaña de Malí, la operación Serval lanzada por Hollande, es indisociable del
secuestro de franceses en Níger (hay minas de uranio estratégicas) y el sur
argelino. La lucha contra el terrorismo (independentista ayer; islámico hoy) y
la defensa de la integridad de un Estado fantasma, siguen siendo razones de
mucho peso. La vieja «monarquía nuclear» asume en soledad los nuevos desafíos,
tras una retirada de Afganistán donde los generales franceses no tenían el
puesto capital que sí tienen en Malí.
Fuente: Diario ABC
FSM.
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