26 de octubre de 2012

Democracia, soberanía y movilizaciones populares.

Candido Portinari


El presente es un tiempo en que valores tradicionales y respetados se enfrentan a nuevos desafíos. Puede decirse, con justicia, que esto ha sucedido en todos los tiempos. Pero por primera vez en la Historia, las comunicaciones modernas, Internet, las redes sociales, consiguen que las reacciones frente a ellos repercutan simultáneamente en todas las regiones del planeta, aunque cada pueblo tenga sus propias respuestas.

En el Foro San Martín creemos que nuestro deber es aportar, usando esas herramientas modernas, a la discusión y actualización del pensamiento propio de los latinoamericanos, que se ha desarrollado a lo largo de estos siglos en nuestra América. Continuando lo que ya ha volcado en otros posteos, Humberto Podetti aquí escribe sobre democracia y soberanía en tiempos de globalización y nos dice cuál es, a su entender, el desafío del presente siglo.



Profundizar la democracia, el desafío del siglo XXI

Democracia y  soberanía en tiempos de globalización

Humberto Podetti - FSM

El siglo XX culminó como el siglo de la maldad insolente: a la mayor cantidad de riqueza y conocimiento acumulados en toda la historia de la humanidad se correspondió la situación de mayor injusticia en la distribución de los bienes y el conocimiento. Simultáneamente el siglo pasado fue también el de las mayores violaciones a los derechos de las personas y el de la mayor cantidad de declaraciones de esos derechos.
La respuesta de los pueblos fue universal. El siglo XXI se inició como el de la movilización de multitudes en todas las naciones del mundo, alzándose contra la injusticia y la insolencia.   Cualquiera fuere el régimen de gobierno, la cultura o la fe religiosa, no hubo pueblo de la tierra que en estos doce años del nuevo siglo  no se manifestara en asamblea popular. Tal vez el hito que señale el futuro haya sido el pronunciamiento popular del 1 de mayo de 2006 en EEUU, en el que millones de ‘hispanos’ proclamaron en asambleas multitudinarias llevadas a cabo en todas las ciudades norteamericanas, el derecho de toda persona a pertenecer a una comunidad organizada, es decir, el derecho a tener derechos.
A diferencia de las movilizaciones populares del último tercio del siglo XX -que iniciaron en Polonia el fin del comunismo soviético, en la Plaza Tian an men el inicio del capitalismo comunista chino o en Soweto la derrota política del racismo sudafricano-, las movilizaciones del siglo XXI tienen una característica común: un reclamo global de acceso universal a los bienes y al conocimiento. Y como medio y garantía de ese acceso, el de la participación de todos en la toma de decisiones.
En efecto, la convicción común a todos los movimientos populares del Siglo XXI es que la única garantía para obtener el derecho de todos y cada uno de los habitantes de la tierra a tener derechos –derechos reales y no declaraciones-, es participar de modo efectivo del poder: elegir, controlar, decidir, cuestionar, condenar, garantizar.
Esto ha convertido a la profundización de la democracia en el principal desafío de nuestro tiempo. Esa profundización deberá hacer posible que la soberanía resida efectivamente en el pueblo y no en sus representantes.
Pero además, es necesario que la soberanía popular pueda ejercerse de modo efectivo frente a los poderes políticos y económicos del mundo globalizado.
La globalización ha desplazado el poder real de los pueblos y de muchos estados a las grandes corporaciones globales, que hacen sus propias leyes e imponen sus jueces y deciden acerca del acceso a los bienes y al conocimiento de las personas y explotan la naturaleza, sin intervención de ningún parlamento elegido democráticamente ni control de ningún juez público. Cuentan, además, con la complicidad de los gobiernos de algunos grandes estados.
El mercado debe subordinarse al poder democrático y para ello son necesarias leyes sancionadas por parlamentos elegidos, controlados y obligados a rendir cuentas democráticamente y jueces públicos, designados por medios que garanticen su independencia. Y órganos de control de carácter profundamente democrático. De lo contrario, es nuevamente el lobo puesto a cuidar las ovejas, como acaba de ocurrir con la tragedia nuclear de Fukushima en Japón, que no fue producto de que la generación  eléctrica mediante energía atómica tenga riesgos inevitables, sino de que la agencia de regulación atómica de Japón dependía del mismo Ministerio que protegía a TEPCO, dueña de la Central de Fukushima, y  autorizó que generara en condiciones de alto riesgo.
Las leyes y jueces de los estados-nación del siglo XIX, sin embargo, como ya hemos señalado, son a menudo impotentes para hacer respetar sus decisiones. Como respuesta a esta cuestión han nacido los procesos de integración regional, que permitirán cambiar la naturaleza de la globalización.
La formación de estados continentales -como será, a mediano plazo, UNASUR-, harán posible un mundo multipolar, en el que exista un razonable equilibrio entre los pueblos, los estados y las organizaciones internacionales.  De este modo, la globalización podrá transformarse en globalización política –es decir, democrática- que ponga al mercado y a la economía al servicio de las necesidades de las personas y las comunidades.
En consecuencia, deben reunirse necesariamente las tres desafíos: mas democracia, más integración y más soberanía para garantizar que sea posible un mundo sin excluidos y una mejor distribución de los bienes y el conocimiento.
La profundización de la democracia comenzará por cambiar el principio general que la funda: debe ser el pueblo –y no sus representantes- quien delibera y gobierna por los medios que hagan posible la expresión ordenada, congruente y permanente de su voluntad. Los representantes deben ser sólo mandatarios obligados a cumplir las instrucciones de sus mandantes y a rendir cuentas de ese cumplimiento.
Las organizaciones supranacionales emergentes de los procesos de integración deberán ser asimismo democráticas. En algún momento UNASUR deberá contar con un Presidente y un Parlamento elegidos democráticamente. El Presidente deberá ejercer las funciones delegadas por los estados miembros (fuerzas armadas, relaciones internacionales, banco central, educación, recursos naturales, etc.). El parlamento deberá contar con dos Cámaras: una que represente de modo directo a los pueblos y otra que represente a los Estados. Presidente y parlamentarios deberán tener mandato obligatorio y someterse al juicio de residencia.
Este proceso incrementará la soberanía en sus dos vertientes: en tanto soberanía popular, haciendo a los pueblos efectivamente partícipes de las decisiones y en cuanto soberanía de los estados, garantizando que sus decisiones sean respetadas por las corporaciones globales, los demás estados y las organizaciones internacionales.
Sin integración en organizaciones supranacionales democráticas no habrá mercado efectivamente regulado y juzgado por jueces públicos y no habrá justa distribución de los bienes y el conocimiento. Por ello, aunque sean metas lejanas, que deben construirse y alcanzarse con paciencia y persistencia, es preciso que sean metas explícitas para todas las personas de buena voluntad la profundización de la democracia, la regulación del mercado, la integración continental y el incremento consecuente de la soberanía popular y nacional.
 
FSM.

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