Candido Portinari |
El presente es un tiempo en que
valores tradicionales y respetados se enfrentan a nuevos desafíos. Puede
decirse, con justicia, que esto ha sucedido en todos los tiempos. Pero por primera vez en la Historia, las
comunicaciones modernas, Internet, las redes sociales, consiguen que las
reacciones frente a ellos repercutan simultáneamente en todas las regiones del
planeta, aunque cada pueblo tenga sus propias respuestas.
En el Foro San Martín creemos que
nuestro deber es aportar, usando esas herramientas modernas, a la discusión y
actualización del pensamiento propio de los latinoamericanos, que se ha
desarrollado a lo largo de estos siglos en nuestra América. Continuando lo que
ya ha volcado en otros posteos, Humberto Podetti aquí escribe sobre democracia
y soberanía en tiempos de globalización y nos dice cuál es, a su entender, el
desafío del presente siglo.
Profundizar la democracia, el desafío del siglo XXI
Democracia y soberanía en tiempos de globalización
Humberto
Podetti - FSM
El siglo XX culminó
como el siglo de la maldad insolente: a la mayor cantidad de riqueza y
conocimiento acumulados en toda la historia de la humanidad se correspondió la situación de mayor
injusticia en la
distribución de los bienes y el conocimiento. Simultáneamente
el siglo pasado fue también el
de las mayores violaciones a los derechos de las personas y el de la mayor cantidad de
declaraciones de esos derechos.
La respuesta de los
pueblos fue universal. El siglo XXI se inició como el de la movilización de
multitudes en todas las naciones del mundo, alzándose contra la injusticia y la
insolencia. Cualquiera fuere el régimen
de gobierno, la cultura o la fe religiosa, no hubo pueblo de la tierra que en
estos doce años del nuevo siglo no se
manifestara en asamblea popular. Tal vez el hito que señale el futuro haya sido
el pronunciamiento popular del 1
de mayo de 2006 en EEUU, en el que millones de ‘hispanos’
proclamaron en asambleas multitudinarias llevadas a cabo en todas las ciudades
norteamericanas, el derecho de toda persona a pertenecer a una comunidad
organizada, es decir, el derecho a tener derechos.
A diferencia de las
movilizaciones populares del último tercio del siglo XX -que iniciaron en
Polonia el fin del comunismo soviético, en la Plaza Tian an men el inicio del
capitalismo comunista chino o en Soweto la derrota política del racismo
sudafricano-, las movilizaciones del siglo XXI tienen una característica común:
un reclamo global de acceso universal a los bienes y al conocimiento. Y como
medio y garantía de ese acceso, el
de la participación de todos en la toma de decisiones.
En efecto, la
convicción común a todos los movimientos populares del Siglo XXI es que la
única garantía para obtener el derecho de todos y cada uno de los habitantes de
la tierra a tener derechos –derechos reales y no declaraciones-, es participar de modo efectivo del poder:
elegir, controlar, decidir, cuestionar, condenar, garantizar.
Esto ha convertido
a la profundización de la democracia en el principal desafío de
nuestro tiempo. Esa profundización deberá hacer posible que la soberanía resida
efectivamente en el pueblo y no en sus representantes.
Pero además, es
necesario que la soberanía popular pueda ejercerse de modo efectivo frente a
los poderes políticos y económicos del mundo globalizado.
La globalización ha desplazado el poder
real de los pueblos y de muchos estados a las grandes corporaciones globales,
que hacen sus propias leyes e imponen sus jueces y deciden acerca del acceso a
los bienes y al conocimiento de las personas y explotan la naturaleza, sin
intervención de ningún parlamento elegido democráticamente ni control de ningún
juez público. Cuentan, además, con la complicidad de los
gobiernos de algunos grandes estados.
El mercado debe subordinarse al poder democrático y
para ello son necesarias leyes sancionadas por parlamentos elegidos,
controlados y obligados a rendir cuentas democráticamente y jueces públicos,
designados por medios que garanticen su independencia. Y órganos de control de
carácter profundamente democrático. De lo contrario, es nuevamente el lobo
puesto a cuidar las ovejas, como acaba de ocurrir con la tragedia nuclear de
Fukushima en Japón, que no fue producto de que la generación eléctrica mediante energía atómica tenga
riesgos inevitables, sino de que la agencia de regulación
atómica de Japón dependía del mismo Ministerio que protegía a TEPCO, dueña de la Central de Fukushima,
y autorizó que generara en condiciones
de alto riesgo.
Las leyes y jueces
de los estados-nación del siglo XIX, sin embargo, como ya hemos señalado, son a
menudo impotentes para hacer respetar sus decisiones. Como respuesta a esta
cuestión han nacido los procesos de integración regional, que permitirán
cambiar la naturaleza de la globalización.
La formación de
estados continentales -como será,
a mediano plazo, UNASUR-, harán
posible un mundo multipolar, en el
que exista un razonable equilibrio entre los pueblos, los estados y las
organizaciones internacionales. De este modo, la globalización podrá transformarse en globalización política –es decir, democrática- que ponga al mercado
y a la economía al servicio de las necesidades de las personas y las
comunidades.
En consecuencia,
deben reunirse necesariamente las tres desafíos: mas democracia, más
integración y más soberanía para garantizar que sea posible un mundo sin
excluidos y una mejor distribución de los bienes y el conocimiento.
La profundización
de la democracia comenzará por cambiar el principio general que la funda: debe ser el pueblo –y no sus
representantes- quien delibera y
gobierna por los medios que hagan posible la expresión ordenada, congruente y
permanente de su voluntad. Los representantes deben ser sólo mandatarios
obligados a cumplir las instrucciones de sus mandantes y a rendir cuentas de
ese cumplimiento.
Las organizaciones
supranacionales emergentes de los procesos de integración deberán ser asimismo
democráticas. En algún momento UNASUR
deberá contar con un Presidente y un Parlamento
elegidos democráticamente. El Presidente deberá ejercer las funciones
delegadas por los estados miembros (fuerzas armadas, relaciones
internacionales, banco central, educación, recursos naturales, etc.). El
parlamento deberá contar con dos Cámaras: una que represente de modo directo a
los pueblos y otra que represente a los Estados. Presidente y parlamentarios
deberán tener mandato obligatorio y someterse al juicio de residencia.
Este proceso
incrementará la soberanía en sus dos vertientes: en tanto soberanía popular, haciendo a los pueblos efectivamente partícipes
de las decisiones y en cuanto soberanía
de los estados, garantizando que sus decisiones sean respetadas por las
corporaciones globales, los demás estados y las organizaciones internacionales.
Sin integración en
organizaciones supranacionales democráticas no habrá mercado efectivamente
regulado y juzgado por jueces públicos y no habrá justa distribución de los
bienes y el conocimiento. Por ello, aunque sean metas lejanas, que deben
construirse y alcanzarse con paciencia y persistencia, es preciso que sean
metas explícitas para todas las personas de buena voluntad la profundización de la democracia, la regulación del mercado, la integración continental y el incremento
consecuente de la soberanía popular y
nacional.
FSM.
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