El nombramiento de
César Isella como “embajador de la música latinoamericana” motivó de parte del
estudioso cordobés Aurelio Argañaraz el aplauso y también esta crítica profunda
de las actitudes todavía vigentes en nuestros países ante la creación musical,
que aquí subimos a nuestro sitio.
Argañaraz es un
veterano luchador por la unidad de nuestra América, y en el Foro San Martín
compartimos su informada revalorización de nuestras expresiones artísticas,
aunque la acompañe con una crítica tal vez injusta a creadores europeos. Miembros del FSM han sostenido que la música
americana no tiene complejos para admirar la buena música europea - cuyas cumbres
son ciertamente universales. La nuestra es una música mestiza (como Argañaraz mismo
plantea), que cruzó armonías e instrumentos de las tres grandes procedencias.
La colonización cultural fue un problema de las oligarquías y músicos de salón,
y no de los pueblos. Por eso el mestizaje cultural produjo una cultura nueva,
original, creadora de música que identifica a nuestros pueblos.
Uno de los frutos
más notables de ese mestizaje es el barroco americano, en su vertiente musical,
que mezcló el barroco español - ya de por si bastante mestizo y con
ingredientes afro - con aspectos notables de las culturas precolombinas. Un
excelente ejemplo es el Festival
Internacional de Música Barroca Americana que se hace cada dos años en las
Misiones guaraníticas de Moxos y Chiquitos, cerca de Santa Cruz de la Sierra.
Cuando se restauraron las misiones, se descubrieron miles de partituras de
altísima calidad escritas allí, algunas por jesuitas y muchas por guaraníes
moxos y chiquitos y ejecutadas con instrumentos traídos de España e
instrumentos fabricados en las misiones.
COLONIZACIÓN CULTURAL
Y MÚSICA EN LATINOAMERICA
Aurelio
Argañaraz
La
designación de César Isella, por parte del gobierno argentino, como “Embajador
de la Música Latinoamericana” con rango de subsecretario de la Nación, es un
gran suceso en nuestra historia musical, por su valor simbólico. Y, como
instrumento de un cambio, podría serlo la creación del Instituto Nacional de la
Música, un proyecto de Eric Calcagno que pareciera prosperar en la Cámara de
Diputados. Ambas noticias son alentadoras.
Es
malo, sin embargo, que pasen desapercibidas y no las acompañe un debate
esclarecedor sobre lo que está en cuestión. El país ignora su trayectoria
musical, al menos en lo que se refiere a la satelización cultural que le fue
impuesta y, más precisamente, al rol que cumplió la extranjerización cultural
de nuestras élites, cuya inautenticidad y rastacuerismo se reveló eficaz para
anular y distorsionar toda tentativa de creación autónoma, en éste y otros
ámbitos de la vida artística. Si tuvimos de todos modos una creación auténtica,
especialmente en el ámbito de la música popular, el mérito le es ajeno a la
cultura oficial, ya que ocurrió al margen de su influjo y, más precisamente, a
pesar de su presión, desalentadora.
La
cultura oficial, como es obvio, fue la expresión “espiritual” de la
subordinación y balcanización de la patria latinoamericana, de la cual nació la
“argentinidad” ficticia del país semicolonial que aún somos.
Décadas
después de la derrota de Bolívar, dominada cada fracción de la patria rota por
los vasallos y socios de Gran Bretaña, simiescos admiradores del gusto francés,
la “gente culta” de los grandes puertos y capitales latinoamericanos quiso
enterrar la tradición musical de la colonia española –que se visualizaba a sí
misma como un fragmento no inferior del imperio hispanoamericano–, para
tornarse consumidora del arte europeo, de espaldas a una “barbarie” que a
juicio de Sarmiento tenía su origen en que nuestra matriz, España, era en
verdad parte del África.
La
élite comercial y las aristocracias ligadas al monocultivo de café, cobre,
estaño, bananas, granos y carnes, se enriquecía exportando esos productos
primarios para su elaboración transoceánica. Como moneda de cambio y
estableciendo los precios con “el manual del almacenero”, como decía Jauretche,
Europa nos mandaba su producción industrial. Y, para asegurar su dominio con el
auxilio de la cultura –éramos países jurídicamente libres, no colonias– nos
vendía también sus libros y sus intelectuales, su música y sus orquestas,
favoreciendo la inclinación de los cholulos colonizados a despreciar la
identidad y las tradiciones criollas, para sentirse “ingleses” en política y
economía, “franceses” en moda y cultura y ajenos por completo al mundo de los
indios, cholos, guasos, negros, zambos, gauchos y gaúchos que los alimentaba,
sin otra recompensa que la miseria y el desprecio. Entre el consumo espiritual
de esa minoría privilegiada, que gustaba tener un “salón francés”, un lugar
destacado tenían las Compañías de Ópera Italiana y de Zarzuela Española, que se
llenaban de dinero en Buenos Aires, Montevideo, Valparaíso y Guayaquil, cuyos
funcionarios rivalizaban para demostrar su empeño en impulsar “el buen gusto
del público local”, nutriendo sus Academias estériles y aburridas con algún
“maestro” formado en Europa, que al emigrar lograba más de una vez ingresar al
patriciado. En “Cien Años de Soledad”, de García Márquez, Prieto Crespi encarna
ese tipo de músico ultramarino que adiestra en el pianoforte y enamora a las
“niñas” lánguidas y no tan lánguidas de las familias “decentes”.
Ésa
era, casi sin excepciones, la América Latina de los tiempos del Centenario. Voy
a dar un par de ejemplos, que son ilustrativos, entre muchos más que
caracterizan toda una época de la vida musical argentina.
En
1916, en Santiago del Estero (no en Buenos Aires), Andrés Chazarreta se dirige
al gobernador, pidiendo que se facilite el teatro oficial para brindar un
espectáculo de canto y danza nativa. No lo logra, ya que la respuesta dice que
el santuario sólo se abre para promover la música considerada culta. Y así como
el tango recién ingresará a los salones “decentes” tras triunfar en París, la
tarea de Chazarreta va a necesitar de una presentación exitosa en el Politeama
porteño, promovida por el nacionalismo de Ricardo Rojas, para que en “la cuna
del folklore” los santiagueños europeizados reconozcan al comprovinciano sus
méritos de precursor.
No
les iba mejor, sin embargo, a los artistas volcados hacia las “altas esferas de
la gran música”. En Arturo Beruti, que sería pionero en el estudio de nuestra
música popular, se manifiestan las taras provocadas por ese clima de
artificialidad cultural. Era
sanjuanino, destacado desde muy joven, fue premiado por el gobierno de Roca para perfeccionarse en Europa, donde es
influenciado por las corrientes del romanticismo musical que valorizan “lo
nacional” como fuente de inspiración. En un primer momento, al parecer Beruti
no entiende bien de qué se trata, y compone una obra sobre Tarass Bulba, un
tema nacional…ruso; luego, mejor orientado, recrea, con la Ópera “Pampa”, el
drama gauchesco de Eduardo Gutiérrez, “Juan Moreira”. No obstante, incurre en
la torpeza de aceptar un libreto escrito en italiano y, según el testimonio de
un asistente al estreno de su creación, cuando el protagonista (Juan Moreyra),
representado por un tenor italiano vestido con chiripá, exclama dolorido, “io
sono disonorato”, el público estalla en una sola carcajada, para humillación
del autor.
La
producción musical y artística, en general, como el gusto del público, no
pueden comprenderse sin las circunstancias sociales
que las rodean y nutren. En la época de Rosas, al conservarse todavía los
gustos de la colonia, los auditorios, sin pretenderse bilingües en nombre de la
moda, exigen la traducción al castellano de una representación de Rossini. El
error de Beruti era impensable en tiempos de Alberdi, al que los argentinos
ignoran como músico y que se relaciona con ese arte como un autor
americano.
Más
adelante, la actitud imitativa y la adscripción al eurocentrismo musical que le
sirve de fundamento han querido disimularse, con argumentos que contraponen la
supuesta “universalidad” de la música culta con el “localismo” de lo popular,
como si fuese posible sostener tal cosa, pese a los aportes del romanticismo
tardío y sus búsquedas en lo folclórico. Mario de Andrade, el gran brasileño,
ha dicho con razón que la presunta música universal es “un esperanto hipotético
que no existe”. La universalidad de Beethoven y Wagner, creemos con respaldo en
la musicología no eurocéntrica, de ningún modo niega su impronta musical
nacional, que se proyectó al mundo por el aporte original de sus grandes
figuras.
Afortunadamente,
arrinconados y en soledad, algunos latinoamericanos apreciaron nuestra
singularidad, los extraordinarios frutos nacidos del entrevero de lo europeo
con lo aborigen y lo africano, que en diversas combinaciones había creado, a lo
largo de tres siglos, en toda América, una producción musical tan rica e
innovadora como la que resume nuestro folclore y se proyecta hacia lo universal
con el jazz, el tango y una música culta de raíz latinoamericana. Es el caso de
Gómez Carrillo, de Guastavino y algunos más, en la Argentina.
Europa
luce hoy agotada, con su grandeza en el pasado. Los latinoamericanos, por
nuestra parte, buscamos ingresar al porvenir en libertad. Ha pasado el tiempo
del dominio y el saqueo, aunque estemos marchando y aún no hayamos roto más que
algún eslabón de las duras cadenas. La inferiorización cultural no es un hecho
que deba subestimarse. Algunos europeos dedicados a la musicología,
inocentemente o no, como Curt Sachs,
desde el altar de “la ciencia”, buscan descalificar a la música no
originada en Europa, sin reparar en el hecho de que en algunos casos, como
China o India, tienen enfrente culturas milenarias musicalmente refinadas, que
son representativas una tradición distinta, no inferior. Para ellos, todos los
continentes, Asia, África, América, Oceanía son productores de “música étnica”
y sus creaciones son obras “primitivas”, dentro de la escala en cuyo máximo
nivel caprichosamente distinguen como
algo “superior” el desarrollo que sigue al renacimiento europeo.
Como
es natural, los libros de Sachs servían para formar en nuestras universidades a
los musicólogos americanos, incapacitándolos para ver que Ravel y Debussy, con
el ánimo de renovar una creatividad aparentemente agotada, nutrían sus obras en
base al saqueo musical de algún país “atrasado”, como la “exótica” España. Es
el colmo de la colonización que las víctimas juzgaran ese robo, consumado contra
los “bárbaros”, como un acto benéfico, que “elevaba” su folclore hacia “las
cimas del arte”.
En
ese contexto, la música popular latinoamericana de raíz folclórica era valorada
como objeto de estudio para la antropología, indigna de la atención especializada del musicólogo. Valía, únicamente, por
pintoresca y testimonial, en el género de la producción “étnica”, “primitiva”.
Y aunque despertara interés la música sagrada del periodo colonial, elaborada
con los cánones del arte europeo, se ignoraba incluso lo lusitano-español, el
componente europeo en el sincretismo musical materializado en los géneros
gestados aquí, luego de tres siglos de entrecruzamiento cultural, en el curso
del cual vinieron al mundo hombres que no son ni indios ni europeos, y tampoco
negros. Son una mixtura, con parientes muy próximos o muy lejanos en tres
continentes, a los que han dejado definitivamente atrás, quiéranlo o no. En el
universo musical que fueron urdiendo, donde un mulato de origen modesto creaba
en Brasil una bellísima Missa Pastoril para Noite de Natal que nada podría
envidiar a las grandes creaciones europeas, están los recursos y las fuentes de
inspiración para salir de una vez de la inferioridad de los colonizados y
expresar al mundo que nos legó el destino, criollo, mestizo, originario y
negro, incomparable, único.
Córdoba,
16 de Octubre de 2012
FSM
Italia es la cuna de la ópera, y tal su prestigio en ese género, que músicos de la talla de Händel desde Londres y Mozart desde Viena (incluida Don Giovanni, considerada con justicia la madre de todas las óperas) han compuesto con libretos en italiano. Que Pampa o la propia Aurora hayan sido compuestas en el idioma del Dante responden más a esta tradición que a un pretendido eurocentrismo.
ResponderEliminarJustamente por todos estos motivos tendríamos que revalorizar nuestro repertorio como músicos latinoamericanos y argentinos; fomentar la difusión del tango y del folklore que se encuentran muy vivos en nuestra sociedad, y desde la "academia" crear un lenguaje compositivo propio dejando de imitar los modelos europeos... Por eso la idea de "conservatorio" debería ser la de conservar ADEMÁS de un repertorio europeo occidental, y SOBRE TODO, el nuestro propio, y alentar tanto a músicos como a compositores a ir en esta dirección. Esto es difícil porque nuestra sociedad (incluyendo a los músicos) y esta clase de instituciones se encuentran aún muy supeditadas a la historia europea y no dan lugar a la apreciación de nuestro propio repertorio, tanto "académico" como popular. Es nuestra responsabilidad reivindicar nuestra cultura musical desde todos los ámbitos!
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