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Acercamos aquí la segunda parte de un trabajo de Humberto Podetti, uno de los impulsores del Foro San Martín: “EL DERECHO A PERTENECER A UNA COMUNIDAD ORGANIZADA EN LA VISIÓN DE TRES FILÓSOFOS Y UN ESTADISTA”. Fue publicado anteriormente por la Universidad Nacional de Cuyo en su 70° aniversario. Reúne las visiones de importantes pensadores sobre el ser humano y su relación con la comunidad Y sus vínculos con el pensamiento original que se ha desarrollado durante cinco siglos en nuestra América.
En la primera parte subimos, los capítulos dedicados a Francisco de Vitoria y a Immanuel Kant. Ahora lo hacemos con dos pensadores casi contemporáneos: la filósofa Hannah Arendt y el ex presidente argentino Juan Domingo Perón, y las reflexiones finales de Podetti.
IV - Arendt: el
derecho a pertenecer a una comunidad organizada en contradicción con el
Estado-Nación y la soberanía
Hannah Arendt nació en Hannover en 1906 y creció y se educó en
Könisberg, la ciudad de Kant. Entre 1930 y 1940, en el interregno entre las dos
últimas grandes guerras europeas, escribió los ensayos que luego reunió en La tradición oculta, a los que agregó la Dedicatoria a Karl Jaspers, escrita en 1947. En
1933 debió emigrar a Francia por la persecución a los judíos y en 1941 se vio
obligada a continuar su emigración, radicándose en Estados Unidos. Allí
escribió Los orígenes del totalitarismo, que
publicó en 1951.
Como Vitoria y Kant, Arendt vivió, enseñó y escribió en un contexto
geocultural e histórico de profunda conmoción: la devastación de todos los
países europeos, la amenaza a la subsistencia de todos sus pueblos, la
desolación moral de una gran parte de la humanidad occidental y la existencia
de “una pequeña clase de capitalistas
cuya riqueza y capacidad productiva dinamitaron la estructura social y el
sistema económico” de sus respectivos países, como ella misma describe en Sobre el imperialismo[1].
Durante los primeros cuarenta y cinco años de su vida, además, encarnó
ella misma la tragedia de la exclusión, la persecución y la amenaza de
exterminio. Asistió, como víctima y como testigo a “…la aniquilación de una tercera parte del pueblo judío existente en el
mundo y de casi tres cuartas partes de los judíos europeos[2]”. Pero su
actitud como víctima y testigo, cuando pensó, escribió, enseñó y juzgó, fue la
de la búsqueda implacable de la verdad, “alejada
tanto del escepticismo como del fanatismo”. Esa actitud fue también la de
la imparcialidad y simultáneamente la del rechazo terminante a que “el mundo creado por estos hechos fuera algo
necesario e indestructible [3]”.
Los orígenes de esta actitud de valentía personal y entrega, de esta
conducta intelectual, seguramente son muchos. Pero sin lugar a dudas uno de los
fundamentales fue su formación filosófica, que culminó con su tesis doctoral
sobre el concepto de amor en San Agustín, dirigida por Karl Jaspers, su maestro
y ejemplo de vida. Así lo dice expresamente en la Dedicatoria a Karl Jaspers
de La tradición oculta: “…no hubiera
podido permitirme juzgar con tal imparcialidad ni distanciarme tan
concientemente de los fanatismos…sin su filosofía y sin su existencia…Lo que
aprendí de usted –y me ha ayudado a lo largo de los años a orientarme en la
realidad sin entregarme a ella como antes vendía uno su alma al diablo- es que
sólo importa la verdad y no las formas de ver el mundo; que hay que vivir y
pensar en libertad….que la necesidad en cualquiera de sus figuras sólo es un
fantasma que quiere inducirnos a representar un papel en lugar de intentar ser,
de una manera u otra, seres humanos. Personalmente nunca he olvidado la actitud
que adoptaba al escuchar, tan difícil de describir, ni su tolerancia,
constantemente presta a la crítica y alejada tanto del escepticismo como del
fanatismo (una tolerancia que no es en definitiva sino la constatación de que
todos los seres humanos tienen una razón y de que no hay ser humano cuya razón
sea infalible).[4]”
Es decir, que aún frente a su sufrimiento personal en el medio de la
culminación de la barbarie salvaje en el continente de la ilustración, el
racionalismo y la filosofía del espíritu, Arendt rechaza el pesimismo y la
resignación. Más aún, critica a los críticos del optimismo: “Por aquel entonces no podía saber….que
vendría un tiempo en el que precisamente lo que tan evidentemente dictaban la
razón y una consideración lúcida e iluminadora parecería expresión de un
optimismo temerario y perverso [5]".
Vio la tragedia europea como una culminación largamente madurada pero
sobre todo como un final en la historia y no de la historia, lo que encerraba una promesa, como nuestro tiempo: “Pero también permanece la verdad de que cada
final en la historia contiene necesariamente un nuevo comienzo: este comienzo
es la promesa, el único mensaje que el fin puede producir. El comienzo, antes
de convertirse en un acontecimiento histórico, es la suprema capacidad del
hombre; políticamente se identifica con la libertad del hombre. Initium ut
esset homo creatus est (para que un comienzo se hiciera fue creado el hombre),
dice Agustín (De Civitae Dei, libro 12, Cap. 20). Este comienzo es garantizado
por cada nuevo nacimiento; este comienzo lo constituye, desde luego, cada
hombre[6]”.
Arendt vio el fin de la guerra y la barbarie más sangrientas y más
crueles de la historia hasta entonces, el paso de Europa a un segundo plano, la
aparición de las nuevas potencias mundiales, el estalinismo como un nuevo y
feroz totalitarismo, el nacimiento de la sociedad global del mercado y el
inicio de la era bipolar. Pero también vio el Tratado de Roma, el comienzo del
proceso de unificación europea y del mayor período de paz de la historia del
continente de la guerra perpetua y el surgimiento en diversas regiones del
mundo de nuevos pensamientos políticos, terciando entre el capitalismo y el
comunismo.
Su maestro, Karl Jaspers, en la conferencia presentada en el 1er.
Congreso Nacional de Filosofía, calificó el tiempo en que vivió su discípula
Hannah Arendt, como “la más honda crisis
de la historia…que, sin embargo no nos debe llevar hacia el historicismo y el
relativismo, hacia el escepticismo y el nihilismo, hacia la ausencia de toda
fe. En modo alguno. La desventura de nuestro tiempo encierra en sí la verdad en
forma tal que supera toda falsa tranquilidad, toda armonía encubridora, todo
humanitarismo cómodo que se ha tornado inhumano”[7].
En ese crítico entorno para el mundo y para ella en particular, en el
que millones de personas fueron privadas de su nacionalidad o de su ciudadanía,
Arendt volvió a pensar en las cuestiones sobre las que habían reflexionado
cuatrocientos y ciento cincuenta años antes Vitoria y Kant. Y rompiendo los
límites y la fragilidad del derecho de hospitalidad del cosmopolitismo kantiano,
volvió a afirmar el derecho a tener derechos y consecuentemente, el derecho de
todo hombre a pertenecer a una comunidad organizada como única posibilidad de
que los derechos humanos declarados y prometidos fuesen una realidad para toda
la humanidad.
Arendt comprendió que la privación de los derechos civiles es
simultáneamente la privación de los derechos humanos, y que esa privación
comprende a los excluidos de cualquier sociedad, sea que permanezcan en el
interior o deban emigrar de la sociedad que los excluye. “Ninguna paradoja de la política contemporánea se halla penetrada de una
ironía tan punzante como la discrepancia entre los esfuerzos idealistas bien
intencionados que insistieron tenazmente en considerar “inalienables” aquellos
derechos humanos que eran disfrutados solamente por los ciudadanos de los
países más prósperos y civilizados y la situación de quiénes carecían de tales
derechos”[8].
Arendt advirtió también que es el estado-nación el que excluye o expulsa
y el que niega la ciudadanía a los que llegan de otras naciones a instalarse en
la propia, y que ambas actitudes inhumanas son fundadas en la soberanía, con
desprecio de los derechos humanos que ha declarado en su constitución. Esto
encierra una flagrante contradicción entre el derecho a pertenecer a una
comunidad organizada y la forma política del estado-nación y el concepto de
soberanía. Más aún, estas contradicciones implican para el estado-nación “los gérmenes de una enfermedad mortal,
porque el estado-nación no puede existir una vez que ha quedado roto su
principio de igualdad ante la ley[9]”.
Indudablemente no hay violación más flagrante de ese principio que la exclusión
de las posibilidades de una vida digna al interior de una sociedad o la
negativa a admitir a los que buscando esas posibilidades migran desde otras
naciones.
Arendt cuestionó, en consecuencia, la homogeneidad forzada, la exclusión
de los diferentes, la igualdad inexistente de los ciudadanos, propias del
estado-nación contemporáneo, como contradictorias “de la existencia de un derecho a tener derechos y de un derecho a
pertenecer a algún tipo de comunidad organizada”[10]. Y
concluyó, entonces, que estos derechos, que aún los esclavos poseían, y se
niegan en nuestro tiempo, debería ser garantizado por la humanidad misma, aunque
no sea de ninguna manera seguro que esto sea posible.
Arendt no alcanzó a ver lo que recién se iniciaba cuando escribió Los orígenes del totalitarismo y que
todavía no era visible al momento de su muerte: el nacimiento de nuevas formas
de estado como consecuencia de los procesos de integración. En ese complejo
proceso hay una nueva oportunidad de construir un sistema en el que el derecho
a pertenecer a una comunidad organizada esté garantizado por una entidad más
concreta que la humanidad. En cualquier caso, su pensamiento es, sin lugar a
dudas, el más lúcido pensamiento político del siglo pasado en referencia a
cuestiones esenciales para el verdadero progreso de la humanidad, como son el
derecho a tener derechos y el derecho a pertenecer a una comunidad
organizada.
V – Perón: el
derecho a pertenecer a una comunidad organizada como doctrina política
El contexto geocultural e histórico en el que Perón gobernó la Argentina y dictó su
conferencia La Comunidad Organizada
en la clausura del 1er. Congreso Nacional de Filosofía, el 9 de abril de 1949,
es temporalmente el mismo que vio Hannah Arendt, aunque su acción y su
pensamiento estuvieron situados en América, lo que supuso un ángulo de visión
radicalmente diferente. América asistió asombrada a la violencia, al
totalitarismo y al genocidio europeos, pero ya experimentaba la violencia
militar, política y económica de la expansión de Europa desde hacía varios
siglos y la había conocido también como razón de las reflexiones de los
filósofos, en particular de Vitoria y Kant.
El Congreso de Filosofía organizado por la
Universidad Nacional de Cuyo, trajo la reflexión del mundo occidental a
Argentina, precisamente en el momento en que esa reflexión estaba orientada a
entender lo que había ocurrido en el mundo y, sobre todo, a pensar de qué modo
podía evitarse que volviera a ocurrir. La decisión de convocar a los filósofos
implicaba una primera respuesta ante la crisis: la trascendencia del
pensamiento como camino en la búsqueda de la verdad y la necesidad de tomar
conciencia acerca de la gravedad y de la naturaleza de la crisis.
“El
hombre y la sociedad se enfrentan con la más profunda crisis de valores que
registra su evolución” y una de sus causas posibles es la oposición o, al
menos, la disociación entre la acción del
pensamiento y la realidad de la vida
de los pueblos dice Perón en la conferencia de clausura del Congreso[11].
Pero la novedad principal de su
conferencia es la de un gobernante que convoca a los filósofos y pone en debate
el pensamiento que orienta su acción. En ese sentido, La
Comunidad
organizada puede verse desde tres puntos de vista diversos, como señala
Armando Poratti[12]:
1) como la proposición a la discusión de un programa general para el siglo; 2)
como momento de una acción que
está realizándose y se piensa a sí misma y 3) como gesto de presentación de su pensamiento al conocimiento y a la
crítica de los filósofos y la filosofía. La proposición y el gesto implican dos
afirmaciones: solamente la comprensión profunda de la realidad permite transformarla
y esto a veces es posible desde los márgenes o los confines del mundo.
La categoría de comunidad organizada es presentada desde sus raíces americanas y
desde sus raíces occidentales. Entre las raíces americanas –algunas de las
cuales ya había considerado Vitoria en su Relección
sobre los indios- están particularmente las de la comunidad organizada como
búsqueda de equilibrio y armonización de fuerzas contradictorias o
contrapuestas y como espacio en el que las diferencias y la heterogeneidad no sólo
no son consideradas como irreductibles, sino y principalmente, como valiosas.
Entre sus raíces occidentales esta la concepción de la polis como conciliación
de los conflictos internos desde la conciencia de la unidad política.
La proposición de la organización de la comunidad es esencialmente antropocéntrica. En ella, la dignidad del
hombre y de la mujer constituyen la razón de la justa distribución de la
riqueza y “la ética adquiere su sentido
último en la corrección del egoísmo… El egoísmo es, antes que otra cosa, un
valor-negación, es la ausencia de otros valores….Combatir el egoísmo no supone
una actitud armada frente al vicio, sino más bien una actitud positiva destinada a fortalecer las
virtudes contrarias, a sustituirlo por una amplia y generosa visión ética”[13]. La norma
ética debe presidir todas las actividades humanas, sin excepción y
particularmente las concernientes al estado, a la economía y al mercado.
La tercera posición, crítica
del comunismo y del capitalismo -tanto en sus concepciones de la economía, como
de la sociedad y del estado, que coinciden en la “terrible anulación del hombre”-, se propone profundizar la
democracia como sistema, perfeccionando la democracia política y desarrollando
la democracia económica y social. “Ni la
justicia social ni la libertad, motores de nuestro tiempo, son comprensibles en
una comunidad montada sobre seres insectificados, a menos que a modo de
dolorosa solución, el ideal se concentre en el mecanismo omnipotente del estado”.
La comunidad a la que “debemos aspirar es
aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en la que
existe una alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una
comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general,
algo que integrar y no solo su presencia muda y temerosa[14]”.
Como se advierte, tanto la proposición de la comunidad organizada como
la de la tercera posición, se enfrentan abiertamente con las tesis de la lucha
agresiva como motor de la historia, tanto desde el punto de vista de las
sociedades como de las naciones.
El desarrollo final del sistema propuesto es el de la comunidad
universal, sobre la base de los derechos
de la humanidad, el derecho a tener derechos y a pertenecer a una comunidad
organizada, los derechos de los estados nacionales, los derechos de los estados
continentales, -como la
Unión Europea y la
Unión de Naciones Sudamericanas, actualmente en formación-, y
el derecho de la comunidad organizada mundial. “Para el corazón argentino, en nuestra tierra, nadie es extranjero si
viene animado del deseo de sentirse hermano nuestro…En ella nadie les
preguntará quien sois y les ofrecerá, con el pan y la sal de la amistad, esta
heredad de nuestros mayores…” les dice Perón a los filósofos llegados de
otras naciones, repitiendo los preceptos constitucionales y mostrando
ejemplarmente la posibilidad de ejercer el derecho a pertenecer a una comunidad
organizada[15].
Vivimos una situación excepcional de la
historia universal. Ya no hay dudas que finaliza una era y comienza otra. Los
últimos 30 años han ido señalando el agotamiento de un sistema y la necesidad
de trasformaciones profundas. Estos años complejos y ricos en acontecimientos
han tenido millones de protagonistas: de los astilleros de Gandsk a la plaza
Tian an men, de Soweto a Santiago de Chile, de Buenos Aires a Moscú, de México
a Chicago, que enfrentaban de mil modos diversos primero al mundo bipolar
y luego a la sociedad global del
mercado, afirmando el valor de la libertad y la responsabilidad, de la dignidad
y la justicia, del acceso a la propiedad y el conocimiento para todos, de la
posibilidad de construir una humanidad con derechos, sociedades más justas,
democracias sin excluidos, un mundo sin guerras.
Han transcurrido 60
años de la publicación de Los orígenes
del totalitarismo de Hannah Arendt y del 1er. Congreso Nacional de
Filosofía de Mendoza. Leyendo la obra de Arendt y las Actas del Congreso,
debiéramos concluir que los filósofos y el estadista fracasaron porque el mundo
que imaginaron y propusieron fue rechazado por los gobernantes y los actores
del mercado, que desarrollaron de modo extraordinario el conocimiento casi
exclusivamente como técnica y reservaron sus beneficios a una pequeña parte de la
población del mundo. Simultáneamente aplicaron ese desarrollo a guerras
ininterrumpidas, hambre, exclusión, racismo, intolerancia, injusticia y
agresión sin límites a la naturaleza.
El resultado de la
disociación del pensamiento con la dirección de los asuntos del mundo es, 60
años después, casi tan desolador como aquel pasado. Como dice Helio Jaguaribe
en su Estudio Crítico de la Historia[17], el
patrón cultural de la sociedad global del mercado ha demostrado ser
incompatible con la supervivencia de la especie humana y seguramente también
con casi todas las formas de vida sobre el planeta.
Sin embargo, la
caída del sistema financiero de la sociedad global del mercado, que cierra el
derrumbe del mundo bipolar surgido al finalizar la segunda gran guerra, nos
propone una interpretación diferente. Tal vez los filósofos dejaron su
testimonio para este momento, para que pensemos, trabajemos, investiguemos,
debatamos y propongamos acerca del mundo que queremos, comenzando por nuestra
comunidad inmediata, Argentina, América, el Mundo, en el esfuerzo de participar
activamente en el surgimiento de un nuevo humanismo, de un nuevo patrón
cultural, que permita sociedades más justas, comunidades organizadas en una
comunidad mundial que se proponga resolver los conflictos y las diferencias sin
recurrir a la muerte por el hambre, la peste o la guerra, a una convivencia más
razonable con la naturaleza. O, lo que es lo mismo, que ponga al servicio del
hombre las formidables herramientas tecnológicas desarrolladas en los últimos
60 años.
Hay muchos signos
presentes que alientan un moderado optimismo ante la gravedad de la crisis,
optimismo que sólo podrá ser sostenido mediante el trabajo riguroso y
comprometido, es decir, asociando el conocimiento con el entusiasmo y ambos
reunidos, dando sentido a la vida personal y comunitaria.
El final del mundo
bipolar, surgido a la terminación de la última guerra continental europea y del
mundo unilateral emergente del derrumbe del sistema soviético, ofrecen hoy la
posibilidad de un mundo multipolar, de grandes bloques continentales
transculturales, integrados en una comunidad mundial donde los conflictos se
resuelvan al menos en una medida significativa en los marcos del derecho de
toda la humanidad a tener derechos.
Tres memorables
estadistas que obraron en sintonía con sus filósofos, y seguramente dialogaron
con ellos de regreso del Congreso de Filosofía de 1949, soñaron con la
comunidad europea organizada y removieron las causas de la guerra, dando lugar
a la Unión Europea
y al período más extenso de toda la historia europea en paz y sin
totalitarismos. El paso que falta es que la Unión Europea
otorgue la ciudadanía a todos los que llegan a su territorio buscando construir
una vida digna y conservar su cultura original, justificando por fin, la
honrosa tradición de muchos de sus pensadores y abandone definitivamente los
principios antihumanistas de la sociedad global del mercado.
Asia recupera su
propia historia y su protagonismo en la historia universal y se integra en
torno de sus dos grandes estados continentales.
El MERCOSUR, la Comunidad Andina,
y sobre todo la Unión Sudamericana
de Naciones, diseñada no como un mercado común sino como una organización
política y militar supranacional, avanzan con paso firme, aunque seguramente
lento para la urgencia que nos plantea la crisis global. El Tratado
Constitutivo de UNASUR, constituyente de una soberanía americana, ya no
brasileña, argentina, chilena, colombiana, uruguaya, venezolana o paraguaya, se
propone, al incorporar en su art. 3 el Consenso del Cusco, la realización de
los hombres y mujeres de nuestro continente en una comunidad que los reconoce
en su singularidad y en su diversidad y haciendo realidad su derecho a
pertenecer a una comunidad organizada. La historia, una vez más, está en
nuestras manos.
[1] Hannah Arendt, La tradición
oculta, Ed. Paidos, Buenos Aires, 2004, Sobre
el imperialismo, p. 15.
[2] Ob. cit., Dedicatoria a Karl Jaspers, p. 9.
[3] Op. y loc. cit.
[4] Op. cit., p. 10.
[5] Hannah Arendt, op. cit, p. 11.
[6] Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Ed.
Alianza Editorial, 2006, Madrid, p. 640.
[7] Kart Jaspers, Situación actual de la filosofía, Actas
del Primer Congreso nacional de Filosofía, Universidad nacional de Cuyo, T. II,
ps.927 y 928.
[8] Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo
cit., p. 399.
[9] Ob.cit., p. 412.
[10] Ob. cit. p. 420.
[12] Armando Poratti, La Comunidad Organizada, texto y gesto, en La Comunidad Organizada. Vigencias y
herencias, Colección Liberación nacional, Directores Omar Castellucci y
José Luis Di Lorenzo, Ed. IMA, Buenos Aires, 2008.
[13] Ob. cit., T. I, p. 147.
[14] Ob. cit., T. I, p. 171
[16] Texto de una pancarta de
norteamericanos de origen latinoamericano en la Ciudad de Chicago, durante
las multitudinarias manifestaciones llevadas a cabo en casi todas las grandes
ciudades norteamericanas el 1 de mayo de 2006 y que implicaron un pronunciamiento popular sin precedentes en la
historia norteamericana.
[17] Helio Jaguaribe, Un estudio crítico de la historia, Ed.
Fondo de Cultura Económica, México, 2002, T. II, p. 692 a 702.
FSM.
[1] Hannah Arendt, La tradición oculta, Ed. Paidos, Buenos Aires, 2004, Sobre el imperialismo, p. 15.
[2] Ob. cit., Dedicatoria a Karl Jaspers, p. 9.
[3] Op. y loc. cit.
[4] Op. cit., p. 10.
[5] Hannah Arendt, op. cit, p. 11.
[6] Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Ed.
Alianza Editorial, 2006, Madrid, p. 640.
[7] Kart Jaspers, Situación actual de la filosofía, Actas
del Primer Congreso nacional de Filosofía, Universidad nacional de Cuyo, T. II,
ps.927 y 928.
[8] Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo
cit., p. 399.
[9] Ob.cit., p. 412.
[10] Ob. cit. p. 420.
[12] Armando Poratti, La Comunidad Organizada, texto y gesto, en La Comunidad Organizada. Vigencias y
herencias, Colección Liberación nacional, Directores Omar Castellucci y
José Luis Di Lorenzo, Ed. IMA, Buenos Aires, 2008.
[13] Ob. cit., T. I, p. 147.
[14] Ob. cit., T. I, p. 171
[16] Texto de una pancarta de
norteamericanos de origen latinoamericano en la Ciudad de Chicago, durante
las multitudinarias manifestaciones llevadas a cabo en casi todas las grandes
ciudades norteamericanas el 1 de mayo de 2006 y que implicaron un pronunciamiento popular sin precedentes en la
historia norteamericana.
[17] Helio Jaguaribe, Un estudio crítico de la historia, Ed.
Fondo de Cultura Económica, México, 2002, T. II, p. 692 a 702.
FSM.
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