25 de septiembre de 2012

“Ningún ser humano es ilegal” – 2° parte


Figari

 Acercamos aquí la segunda parte de un trabajo de Humberto Podetti, uno de los impulsores del Foro San Martín: “EL DERECHO A PERTENECER A UNA COMUNIDAD ORGANIZADA EN LA VISIÓN DE TRES FILÓSOFOS Y UN ESTADISTA”. Fue publicado anteriormente por la Universidad Nacional de Cuyo en su 70° aniversario. Reúne  las visiones de importantes pensadores sobre el ser humano y su relación con la comunidad  Y sus vínculos con el pensamiento original que se ha desarrollado durante cinco siglos en nuestra América.

En la primera parte subimos, los capítulos dedicados a Francisco de Vitoria y a Immanuel Kant. Ahora lo hacemos con dos pensadores casi contemporáneos: la filósofa Hannah Arendt y el ex presidente argentino Juan Domingo Perón, y las reflexiones finales de Podetti.


IV - Arendt: el derecho a pertenecer a una comunidad organizada en contradicción con el Estado-Nación y la soberanía

Hannah Arendt nació en Hannover en 1906 y creció y se educó en Könisberg, la ciudad de Kant. Entre 1930 y 1940, en el interregno entre las dos últimas grandes guerras europeas, escribió los ensayos que luego reunió en La tradición oculta, a los que agregó la Dedicatoria a Karl Jaspers, escrita en 1947. En 1933 debió emigrar a Francia por la persecución a los judíos y en 1941 se vio obligada a continuar su emigración, radicándose en Estados Unidos. Allí escribió Los orígenes del totalitarismo, que publicó en 1951. 
Como Vitoria y Kant, Arendt vivió, enseñó y escribió en un contexto geocultural e histórico de profunda conmoción: la devastación de todos los países europeos, la amenaza a la subsistencia de todos sus pueblos, la desolación moral de una gran parte de la humanidad occidental y la existencia de “una pequeña clase de capitalistas cuya riqueza y capacidad productiva dinamitaron la estructura social y el sistema económico” de sus respectivos países, como ella misma describe en Sobre el imperialismo[1].
Durante los primeros cuarenta y cinco años de su vida, además, encarnó ella misma la tragedia de la exclusión, la persecución y la amenaza de exterminio. Asistió, como víctima y como testigo a “…la aniquilación de una tercera parte del pueblo judío existente en el mundo y de casi tres cuartas partes de los judíos europeos[2]”. Pero su actitud como víctima y testigo, cuando pensó, escribió, enseñó y juzgó, fue la de la búsqueda implacable de la verdad, “alejada tanto del escepticismo como del fanatismo”. Esa actitud fue también la de la imparcialidad y simultáneamente la del rechazo terminante a que “el mundo creado por estos hechos fuera algo necesario e indestructible [3]”.
Los orígenes de esta actitud de valentía personal y entrega, de esta conducta intelectual, seguramente son muchos. Pero sin lugar a dudas uno de los fundamentales fue su formación filosófica, que culminó con su tesis doctoral sobre el concepto de amor en San Agustín, dirigida por Karl Jaspers, su maestro y ejemplo de vida. Así lo dice expresamente en la Dedicatoria a Karl  Jaspers de La tradición oculta: “…no hubiera podido permitirme juzgar con tal imparcialidad ni distanciarme tan concientemente de los fanatismos…sin su filosofía y sin su existencia…Lo que aprendí de usted –y me ha ayudado a lo largo de los años a orientarme en la realidad sin entregarme a ella como antes vendía uno su alma al diablo- es que sólo importa la verdad y no las formas de ver el mundo; que hay que vivir y pensar en libertad….que la necesidad en cualquiera de sus figuras sólo es un fantasma que quiere inducirnos a representar un papel en lugar de intentar ser, de una manera u otra, seres humanos. Personalmente nunca he olvidado la actitud que adoptaba al escuchar, tan difícil de describir, ni su tolerancia, constantemente presta a la crítica y alejada tanto del escepticismo como del fanatismo (una tolerancia que no es en definitiva sino la constatación de que todos los seres humanos tienen una razón y de que no hay ser humano cuya razón sea infalible).[4]
Es decir, que aún frente a su sufrimiento personal en el medio de la culminación de la barbarie salvaje en el continente de la ilustración, el racionalismo y la filosofía del espíritu, Arendt rechaza el pesimismo y la resignación. Más aún, critica a los críticos del optimismo: “Por aquel entonces no podía saber….que vendría un tiempo en el que precisamente lo que tan evidentemente dictaban la razón y una consideración lúcida e iluminadora parecería expresión de un optimismo temerario y perverso [5]".
Vio la tragedia europea como una culminación largamente madurada pero sobre todo como un final en la historia y no de la historia, lo que encerraba una promesa, como nuestro tiempo: Pero también permanece la verdad de que cada final en la historia contiene necesariamente un nuevo comienzo: este comienzo es la promesa, el único mensaje que el fin puede producir. El comienzo, antes de convertirse en un acontecimiento histórico, es la suprema capacidad del hombre; políticamente se identifica con la libertad del hombre. Initium ut esset homo creatus est (para que un comienzo se hiciera fue creado el hombre), dice Agustín (De Civitae Dei, libro 12, Cap. 20). Este comienzo es garantizado por cada nuevo nacimiento; este comienzo lo constituye, desde luego, cada hombre[6]”.
Arendt vio el fin de la guerra y la barbarie más sangrientas y más crueles de la historia hasta entonces, el paso de Europa a un segundo plano, la aparición de las nuevas potencias mundiales, el estalinismo como un nuevo y feroz totalitarismo, el nacimiento de la sociedad global del mercado y el inicio de la era bipolar. Pero también vio el Tratado de Roma, el comienzo del proceso de unificación europea y del mayor período de paz de la historia del continente de la guerra perpetua y el surgimiento en diversas regiones del mundo de nuevos pensamientos políticos, terciando entre el capitalismo y el comunismo.
Su maestro, Karl Jaspers, en la conferencia presentada en el 1er. Congreso Nacional de Filosofía, calificó el tiempo en que vivió su discípula Hannah Arendt, como “la más honda crisis de la historia…que, sin embargo no nos debe llevar hacia el historicismo y el relativismo, hacia el escepticismo y el nihilismo, hacia la ausencia de toda fe. En modo alguno. La desventura de nuestro tiempo encierra en sí la verdad en forma tal que supera toda falsa tranquilidad, toda armonía encubridora, todo humanitarismo cómodo que se ha tornado inhumano”[7].
En ese crítico entorno para el mundo y para ella en particular, en el que millones de personas fueron privadas de su nacionalidad o de su ciudadanía, Arendt volvió a pensar en las cuestiones sobre las que habían reflexionado cuatrocientos y ciento cincuenta años antes Vitoria y Kant. Y rompiendo los límites y la fragilidad del derecho de hospitalidad del cosmopolitismo kantiano, volvió a afirmar el derecho a tener derechos y consecuentemente, el derecho de todo hombre a pertenecer a una comunidad organizada como única posibilidad de que los derechos humanos declarados y prometidos fuesen una realidad para toda la humanidad.
Arendt comprendió que la privación de los derechos civiles es simultáneamente la privación de los derechos humanos, y que esa privación comprende a los excluidos de cualquier sociedad, sea que permanezcan en el interior o deban emigrar de la sociedad que los excluye. “Ninguna paradoja de la política contemporánea se halla penetrada de una ironía tan punzante como la discrepancia entre los esfuerzos idealistas bien intencionados que insistieron tenazmente en considerar “inalienables” aquellos derechos humanos que eran disfrutados solamente por los ciudadanos de los países más prósperos y civilizados y la situación de quiénes carecían de tales derechos”[8].
Arendt advirtió también que es el estado-nación el que excluye o expulsa y el que niega la ciudadanía a los que llegan de otras naciones a instalarse en la propia, y que ambas actitudes inhumanas son fundadas en la soberanía, con desprecio de los derechos humanos que ha declarado en su constitución. Esto encierra una flagrante contradicción entre el derecho a pertenecer a una comunidad organizada y la forma política del estado-nación y el concepto de soberanía. Más aún, estas contradicciones implican para el estado-nación “los gérmenes de una enfermedad mortal, porque el estado-nación no puede existir una vez que ha quedado roto su principio de igualdad ante la ley[9]”. Indudablemente no hay violación más flagrante de ese principio que la exclusión de las posibilidades de una vida digna al interior de una sociedad o la negativa a admitir a los que buscando esas posibilidades migran desde otras naciones.
Arendt cuestionó, en consecuencia, la homogeneidad forzada, la exclusión de los diferentes, la igualdad inexistente de los ciudadanos, propias del estado-nación contemporáneo, como contradictorias “de la existencia de un derecho a tener derechos y de un derecho a pertenecer a algún tipo de comunidad organizada”[10]. Y concluyó, entonces, que estos derechos, que aún los esclavos poseían, y se niegan en nuestro tiempo, debería ser garantizado por la humanidad misma, aunque no sea de ninguna manera seguro que esto sea posible.
Arendt no alcanzó a ver lo que recién se iniciaba cuando escribió Los orígenes del totalitarismo y que todavía no era visible al momento de su muerte: el nacimiento de nuevas formas de estado como consecuencia de los procesos de integración. En ese complejo proceso hay una nueva oportunidad de construir un sistema en el que el derecho a pertenecer a una comunidad organizada esté garantizado por una entidad más concreta que la humanidad. En cualquier caso, su pensamiento es, sin lugar a dudas, el más lúcido pensamiento político del siglo pasado en referencia a cuestiones esenciales para el verdadero progreso de la humanidad, como son el derecho a tener derechos y el derecho a pertenecer a una comunidad organizada. 

V – Perón: el derecho a pertenecer a una comunidad organizada como doctrina política 

            El contexto geocultural e histórico en el que Perón gobernó la Argentina y dictó su conferencia La Comunidad Organizada en la clausura del 1er. Congreso Nacional de Filosofía, el 9 de abril de 1949, es temporalmente el mismo que vio Hannah Arendt, aunque su acción y su pensamiento estuvieron situados en América, lo que supuso un ángulo de visión radicalmente diferente. América asistió asombrada a la violencia, al totalitarismo y al genocidio europeos, pero ya experimentaba la violencia militar, política y económica de la expansión de Europa desde hacía varios siglos y la había conocido también como razón de las reflexiones de los filósofos, en particular de Vitoria y Kant.
El Congreso de Filosofía organizado por la Universidad Nacional de Cuyo, trajo la reflexión del mundo occidental a Argentina, precisamente en el momento en que esa reflexión estaba orientada a entender lo que había ocurrido en el mundo y, sobre todo, a pensar de qué modo podía evitarse que volviera a ocurrir. La decisión de convocar a los filósofos implicaba una primera respuesta ante la crisis: la trascendencia del pensamiento como camino en la búsqueda de la verdad y la necesidad de tomar conciencia acerca de la gravedad y de la naturaleza de la crisis.
El hombre y la sociedad se enfrentan con la más profunda crisis de valores que registra su evolución” y una de sus causas posibles es la oposición o, al menos, la disociación entre la acción del pensamiento y la realidad de la vida de los pueblos dice Perón en la conferencia de clausura del Congreso[11].
         Pero la novedad principal de su conferencia es la de un gobernante que convoca a los filósofos y pone en debate el pensamiento que orienta su acción. En ese sentido, La Comunidad organizada puede verse desde tres puntos de vista diversos, como señala Armando Poratti[12]: 1) como la proposición a la discusión de un programa general para el siglo; 2) como momento de una acción que está realizándose y se piensa a sí misma y 3) como gesto de presentación de su pensamiento al conocimiento y a la crítica de los filósofos y la filosofía. La proposición y el gesto implican dos afirmaciones: solamente la comprensión profunda de la realidad permite transformarla y esto a veces es posible desde los márgenes o los confines del mundo.
         La categoría de comunidad organizada es presentada desde sus raíces americanas y desde sus raíces occidentales. Entre las raíces americanas –algunas de las cuales ya había considerado Vitoria en su Relección sobre los indios- están particularmente las de la comunidad organizada como búsqueda de equilibrio y armonización de fuerzas contradictorias o contrapuestas y como espacio en el que las diferencias y la heterogeneidad no sólo no son consideradas como irreductibles, sino y principalmente, como valiosas. Entre sus raíces occidentales esta la concepción de la polis como conciliación de los conflictos internos desde la conciencia de la unidad política.
La proposición de la organización de la comunidad es esencialmente  antropocéntrica. En ella, la dignidad del hombre y de la mujer constituyen la razón de la justa distribución de la riqueza y “la ética adquiere su sentido último en la corrección del egoísmo… El egoísmo es, antes que otra cosa, un valor-negación, es la ausencia de otros valores….Combatir el egoísmo no supone una actitud armada frente al vicio, sino más bien una  actitud positiva destinada a fortalecer las virtudes contrarias, a sustituirlo por una amplia y generosa visión ética”[13]. La norma ética debe presidir todas las actividades humanas, sin excepción y particularmente las concernientes al estado, a la economía y al mercado.
La tercera posición, crítica del comunismo y del capitalismo -tanto en sus concepciones de la economía, como de la sociedad y del estado, que coinciden en la “terrible anulación del hombre”-, se propone profundizar la democracia como sistema, perfeccionando la democracia política y desarrollando la democracia económica y social. “Ni la justicia social ni la libertad, motores de nuestro tiempo, son comprensibles en una comunidad montada sobre seres insectificados, a menos que a modo de dolorosa solución, el ideal se concentre en el mecanismo omnipotente del estado”. La comunidad a la que “debemos aspirar es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en la que existe una alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no solo su presencia muda y temerosa[14]”.
Como se advierte, tanto la proposición de la comunidad organizada como la de la tercera posición, se enfrentan abiertamente con las tesis de la lucha agresiva como motor de la historia, tanto desde el punto de vista de las sociedades como de las naciones.
El desarrollo final del sistema propuesto es el de la comunidad universal, sobre la base de los derechos de la humanidad, el derecho a tener derechos y a pertenecer a una comunidad organizada, los derechos de los estados nacionales, los derechos de los estados continentales, -como la Unión Europea y la Unión de Naciones Sudamericanas, actualmente en formación-, y el derecho de la comunidad organizada mundial. “Para el corazón argentino, en nuestra tierra, nadie es extranjero si viene animado del deseo de sentirse hermano nuestro…En ella nadie les preguntará quien sois y les ofrecerá, con el pan y la sal de la amistad, esta heredad de nuestros mayores…” les dice Perón a los filósofos llegados de otras naciones, repitiendo los preceptos constitucionales y mostrando ejemplarmente la posibilidad de ejercer el derecho a pertenecer a una comunidad organizada[15].



VI - Conclusiones: ningún ser humano es ilegal[16]

Vivimos una situación excepcional de la historia universal. Ya no hay dudas que finaliza una era y comienza otra. Los últimos 30 años han ido señalando el agotamiento de un sistema y la necesidad de trasformaciones profundas. Estos años complejos y ricos en acontecimientos han tenido millones de protagonistas: de los astilleros de Gandsk a la plaza Tian an men, de Soweto a Santiago de Chile, de Buenos Aires a Moscú, de México a Chicago, que enfrentaban de mil modos diversos primero al mundo bipolar y  luego a la sociedad global del mercado, afirmando el valor de la libertad y la responsabilidad, de la dignidad y la justicia, del acceso a la propiedad y el conocimiento para todos, de la posibilidad de construir una humanidad con derechos, sociedades más justas, democracias sin excluidos, un mundo sin guerras.
Han transcurrido 60 años de la publicación de Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt y del 1er. Congreso Nacional de Filosofía de Mendoza. Leyendo la obra de Arendt y las Actas del Congreso, debiéramos concluir que los filósofos y el estadista fracasaron porque el mundo que imaginaron y propusieron fue rechazado por los gobernantes y los actores del mercado, que desarrollaron de modo extraordinario el conocimiento casi exclusivamente como técnica y reservaron sus beneficios a una pequeña parte de la población del mundo. Simultáneamente aplicaron ese desarrollo a guerras ininterrumpidas, hambre, exclusión, racismo, intolerancia, injusticia y agresión sin límites a la naturaleza.
El resultado de la disociación del pensamiento con la dirección de los asuntos del mundo es, 60 años después, casi tan desolador como aquel pasado. Como dice Helio Jaguaribe en su Estudio Crítico de la Historia[17], el patrón cultural de la sociedad global del mercado ha demostrado ser incompatible con la supervivencia de la especie humana y seguramente también con casi todas las formas de vida sobre el planeta.
Sin embargo, la caída del sistema financiero de la sociedad global del mercado, que cierra el derrumbe del mundo bipolar surgido al finalizar la segunda gran guerra, nos propone una interpretación diferente. Tal vez los filósofos dejaron su testimonio para este momento, para que pensemos, trabajemos, investiguemos, debatamos y propongamos acerca del mundo que queremos, comenzando por nuestra comunidad inmediata, Argentina, América, el Mundo, en el esfuerzo de participar activamente en el surgimiento de un nuevo humanismo, de un nuevo patrón cultural, que permita sociedades más justas, comunidades organizadas en una comunidad mundial que se proponga resolver los conflictos y las diferencias sin recurrir a la muerte por el hambre, la peste o la guerra, a una convivencia más razonable con la naturaleza. O, lo que es lo mismo, que ponga al servicio del hombre las formidables herramientas tecnológicas desarrolladas en los últimos 60 años.
Hay muchos signos presentes que alientan un moderado optimismo ante la gravedad de la crisis, optimismo que sólo podrá ser sostenido mediante el trabajo riguroso y comprometido, es decir, asociando el conocimiento con el entusiasmo y ambos reunidos, dando sentido a la vida personal y comunitaria.
El final del mundo bipolar, surgido a la terminación de la última guerra continental europea y del mundo unilateral emergente del derrumbe del sistema soviético, ofrecen hoy la posibilidad de un mundo multipolar, de grandes bloques continentales transculturales, integrados en una comunidad mundial donde los conflictos se resuelvan al menos en una medida significativa en los marcos del derecho de toda la humanidad a tener derechos.
Tres memorables estadistas que obraron en sintonía con sus filósofos, y seguramente dialogaron con ellos de regreso del Congreso de Filosofía de 1949, soñaron con la comunidad europea organizada y removieron las causas de la guerra, dando lugar a la Unión Europea y al período más extenso de toda la historia europea en paz y sin totalitarismos. El paso que falta es que la Unión Europea otorgue la ciudadanía a todos los que llegan a su territorio buscando construir una vida digna y conservar su cultura original, justificando por fin, la honrosa tradición de muchos de sus pensadores y abandone definitivamente los principios antihumanistas de la sociedad global del mercado.
Asia recupera su propia historia y su protagonismo en la historia universal y se integra en torno de sus dos grandes estados continentales.
El MERCOSUR, la Comunidad Andina, y sobre todo la Unión Sudamericana de Naciones, diseñada no como un mercado común sino como una organización política y militar supranacional, avanzan con paso firme, aunque seguramente lento para la urgencia que nos plantea la crisis global. El Tratado Constitutivo de UNASUR, constituyente de una soberanía americana, ya no brasileña, argentina, chilena, colombiana, uruguaya, venezolana o paraguaya, se propone, al incorporar en su art. 3 el Consenso del Cusco, la realización de los hombres y mujeres de nuestro continente en una comunidad que los reconoce en su singularidad y en su diversidad y haciendo realidad su derecho a pertenecer a una comunidad organizada. La historia, una vez más, está en nuestras manos.


[1]  Hannah Arendt, La tradición oculta, Ed. Paidos, Buenos Aires, 2004, Sobre el imperialismo, p. 15.
[2] Ob. cit., Dedicatoria a Karl Jaspers, p. 9.
[3] Op. y loc. cit.
[4] Op. cit., p. 10.
[5] Hannah Arendt, op. cit, p. 11.
[6] Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Ed. Alianza Editorial, 2006, Madrid, p. 640.
[7] Kart Jaspers, Situación actual de la filosofía, Actas del Primer Congreso nacional de Filosofía, Universidad nacional de Cuyo, T. II, ps.927 y 928.
[8] Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo cit., p. 399.
[9] Ob.cit., p. 412.
[10] Ob. cit. p. 420.
[11] Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía cit., T. I, p. 133.
[12] Armando Poratti, La Comunidad Organizada, texto y gesto, en La Comunidad Organizada. Vigencias y herencias, Colección Liberación nacional, Directores Omar Castellucci y José Luis Di Lorenzo, Ed. IMA, Buenos Aires, 2008.
[13] Ob. cit., T. I, p. 147.
[14] Ob. cit., T. I, p. 171
[15] Actas del 1er. Congreso Nacional de Filosofía cit., T. I, p. 131.
[16] Texto de una pancarta de norteamericanos de origen latinoamericano en la Ciudad de Chicago, durante las multitudinarias manifestaciones llevadas a cabo en casi todas las grandes ciudades norteamericanas el 1 de mayo de 2006 y que implicaron un  pronunciamiento popular sin precedentes en la historia norteamericana.
[17] Helio Jaguaribe, Un estudio crítico de la historia, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 2002, T. II, p. 692 a 702. 

 FSM.
 

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